Capítulo 4

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Mario estaba realmente furioso, no entendía a esa mujer, en un momento, era puro fuego entre sus brazos, y al segundo más fría que un iceberg. ¿Quién se creía que era?, él no perseguía mujeres, las conquistaba, pero siempre dejaba las cosas claras. Ambos aceptaban disfrutar el uno del otro hasta que les apeteciera, sin compromisos, sin quejas, como dos adultos libres. Esa era su filosofía de vida, él no engañaba a ninguna mujer, no se burlaba ni se divertía a costa de ninguna, las respetaba, pero no quería una relación más allá del buen sexo.

Con Pilar había una química intensa, ambos la habían notado, entonces, ¿por qué ese comportamiento por parte de ella?, «que le den», se dijo mientras se marchaba del edificio. Ya no estaba tan seguro de que fuera buena idea trabajar con esa mujer. Lo que necesitaba era salir y divertirse, llamaría a Bruno y saldrían esa noche de pesca. Una mujer complaciente era lo que deseaba para olvidarse de la señorita Merchán.

Mientras meditaba en todo eso, se dirigía a una cafetería para comer algo ligero. Después de que Pilar se marchó, él estuvo hablando con el capataz y mañana empezarían el trabajo. Lo primero, sería derribar todas las paredes que se habían decidido tirar abajo y quitar los escombros, después, mirar los cambios en el cableado y las tuberías de agua y gas. Pensaba en el trabajo mientras esperaba que le sirvieran, de pronto, escuchó que alguien lo llamaba.

―¡Mario! ¡Mario Alcalá!, pero que sorpresa más agradable ―exclamó una mujer.

―Irene, que casualidad encontrarte por Madrid ―Se levantó y le dio dos besos―. Por favor, siéntate conmigo ―pidió.

Encantada con la invitación, Irene se sentó junto al hermano de Paolo, aún recordaba la gala en la que fue su acompañante el año pasado. Aunque había querido hacer un trío con los dos hermanos, al final solo pudo llevarse a Mario a la cama. Paolo desapareció sin que se diera cuenta. Aun así, la noche fue memorable, y a esa le siguieron algunas más.

―¿Qué te cuentas, hermosa?

―Nada nuevo, viajando de una lado a otro, es lo que tiene ser azafata. Acabo de llagar a Madrid para pasar unas semanas de vacaciones, y mira tú mi suerte de encontrarte aquí. ―Le guiñó un ojo pícaramente.

Mario sonrió divertido, esa mujer era perfecta para salir y disfrutar. Aprovecharía para pasarlo bien con ella y así olvidarse del diablo con faldas.

―Estoy a tu completa disposición ―susurró sobre su boca.

Felipe llegó a Madrid, venía a pasar unos días y luego se marcharía con Arturo. Ambos disfrutarían de las vacaciones de semana santa. Por otra parte, él quería aprovechar también para ver a su hermana y a su madre, las echaba de menos a pesar de que lo visitaban cada vez que podían.

Además de todo eso, era portador de buenas noticias. Mientras se bajaba del taxi que lo traía del aeropuerto, pensaba en la alegría que iba a darles a dos personas en unos momentos.

Llegó a la casa de Carmen y tocó el timbre, llevaba una pequeña maleta con ruedas para su corta estancia. Estaba admirando la hermosa fachada de la casa, que su amiga había convertido en tan poco tiempo en un hogar lleno de amor, cuando la puerta se abrió, y la empleada del hogar que llevaba años en la familia lo recibió con una hermosa sonrisa.

―Señor Felipe, que alegría verlo de nuevo. Pase, por favor ―habló Rocío mientras lo dejaba entrar―. Si espera en el salón, iré a llamar a la señora.

―Hola Rocío, te veo muy bien. Dime, ¿mi hijo está en casa?

―El niño está en clases de inglés, solo está la señora y la pequeña ―explicó Rocío―. Póngase cómodo que enseguida le aviso.

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