DÍA 5: JARDINERO.

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DIA 5:

JARDINERO.

Era una calurosa tarde.

Los rayos del imponente sol, se filtraban por la ventana circular de la habitación.

Aquel lugar albergaba a un pelirrojo sudoroso y un montón de macetas. Algunas ya ocupadas, ubicadas en un simple pero organizado estante. Con la ubicación perfecta, para que pudieran nutrirse del sol de forma correcta, en el transcurso del día.

Amasaba tranquila, pero arduamente, una gran cantidad de tierra, en una vasija de barro.

"Un par de minutos más y estará lista" pensó con entusiasmo.

Vio de reojo las pequeñas macetas que había acomodado un lado. Había comprado una nueva bolsa de semillas. No era necesariamente las que faltaban para su colección, pero su alegría por sembrarlas y cuidar de ellas hasta que florezcan, eran las mismas.

Alguien interrumpió su tranquilidad.

― Sabia que te encontraría aquí.

Era su hermano Kankuro, y traía consigo una caja.

― Ah ¿Por qué me estabas buscando? Ahora estoy ocupado ―emitió de forma directa el Kazekage, un tanto intranquilo por su llegada.

― Oye, ya sé que no te gusta que te molesten cuando estas cuidando tus feas plantas ―gruñó el marionetista ante su reacción―. Yo estaba feliz caminando con rumbo a comer y beber algo afuera, pero me intercepto un recadero, diciendo que tenía un paquete para entregarte urgente, y que tú ya no estabas en tu oficina.

Acomodó la caja de madera, en la mesa donde trabajaba el pelirrojo.

― Que raro, no tenía previsto recibir alguna encomiendo hoy ―murmuró este.

― Venga, si es algo urgente, deberías abrirla de una vez.

Su menor, asintió con la cabeza. En silencio se sacó los guantes que usaba para preparar la tierra, caminó hacia la caja y la abrió sin tanto interés.

Mas sus ojos se entreabrieron de la sorpresa al ver el contenido de esta.

― Echinop...sis... ―fue lo único que pudo articular de la euforia, al ver que se trataba de una de las especias que ansiaban hace tiempo obtener, aunque sea solo un ejemplar―. Kankuro, por favor, ayúdame a acomodarlas en un lugar decente ―demandó, saliendo de su trance y ahora mostrando preocupación.

― Etto... a mí no me gusta ensuciarme las manos con tierra... yo solo vine a darte la caja, ahora me voy a comer algo... ―excusó el castaño, tratando de zafarse de la petición de ayuda.

― Detrás de ti, en el estante, hay un par de guantes extras, póntelos y ayúdame a trasplantarlas, rápido, rápido ―objetó el de los ojos perlados, haciendo oídos sordos a lo que su mayor le había dicho.

― ¡Oye! ¿no me estas escuchando? ―refunfuño el castaño.

Iba a seguir quejándose, pero observó a las pequeñas plantas que había en la caja.

Los pequeños retoños verdes, que apenas y recién les estaban saliendo las espinas, empezaban a mostrarse marchitos y deshidratados, debido a la falta de tierra y el tiempo en el que estuvieron arrancados.

Maldiciéndose ante el hecho de que pospondría sus ganas de comer, tomó los guantes y empezó a imitar a su menor, llenando las macetas de tierra, para luego poner en ella a una de estas pequeñas plantas.

― Trata de aplanar más la tierra cuando prepares la maceta, o es espécimen se secará, debido a la falta de humedad que tiene esta. No olvides echar una porción más de tierra, en el tallo de esta, para que no le cueste echar raíces.

ESTO NO ES UNA CRÓNICA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora