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Muchas cosas han cambiado e irónicamente, al único que vuelve a tener cerca, pero al mismo tiempo lejos, es al rubio. Siguen en el mismo edificio, pero no comparten habitación. Izuku no sabe si alegrarse e ignorar el pequeño pesar en su interior o simplemente dejarlo pasar. Como si nada hubiese pasado. De verdad que lo intenta, sin resultados positivos.

¿Solo fue un escape? ¿Un desestresarte? ¿Una venganza?

Izuku se siente perdido no sabe a qué atribuir lo que ha pasado en los días pasados. Se repite a si mismo que es el estrés, que Katsuki estaba enojado, que no sabía lo que quería, que buscaba humillarlo, que quería experimentar.

—Tal vez solo lo hace por que me conoce desde chico...—Dice para si mismo. Decide comprarse esa excusa al menos por un tiempo.

La guerra se desata, el caos comienza y el entrenamiento se vuelve cada vez más y más duro. Meses después, mientras ambos pelean, cansados y absorbidos por todo lo que han visto y escuchado, Katsuki nuevamente no tiene piedad de él.

Los recuerdos vuelven y en la discusión, Izuku trae a colación lo que Katsuki le había ordenado olvidar, sin embargo, Izuku, como era de esperarse, no lo hizo. Eso era, de hecho, imposible. Tan imposible como pensar en que ahora, aferrado a un escritorio, Katsuki le prepara apenas con saliva y que tres dedos se adentran a su cuerpo, girando y retorciéndose para hacer más cómodo lo que sabe que pronto pasará.

Respira tan profundo como puede cuando los dedos salen de él y siente el falo de Katsuki delinear de arriba abajo la curva de su espalda baja presiona con cuidado el espacio que sus dígitos, callosos y toscos, dilataron sin rudezas y la calma que implica saber qué lejos estaban de ser descubiertos en un salón en desuso y fuera del horario de clases, escuchando el bullicio lejano de sus compañeros y camaradas.

Lejos queda la pena inicial que precedió al primer beso luego de una acalorada discusión hacía menos de quince minutos atrás, donde con violencia le tomó del antebrazo y lo arrastró al primer salón vacío que encontró, alterado hasta la sangre.

La frustración de saberse inútiles como polluelos expresada en ese miembro que irrumpía en él, por primera vez como las tropas enemigas que ganaban terreno poco a poco mientras ellos no hacían nada más que flaquear. Ese enojo obsesivo que volvía sangre en fuego y fuego en furia que le ardían en las venas.

Se siente asfixiado por las manos cerradas de Katsuki contra su cuello, apretándole con la misma lentitud con la que su miembro irrumpe en su interior, retrocede a ratos como tropas derrotadas y volviendo a una estocada lenta por terreno nuevo y desconocido.

Permite que lo ahorque sólo porque entiende esa frustración de ser inútil, recuerda con tristeza los cuerpos de soldados tendidos en la plancha del forense traídos para ellos y su estudio en la materia. Se alientan a sí mismos con ese consuelo de tontos con el que se hacían creer que cuando pisaran suelo de batalla, harían todo lo posible para menguar toda esa muerte, que se sentía dura y cruda como la nula delicadeza con la que Katsuki le perforaba ahora. Aprieta con más fuerza como si quiera romper su cuello y esa realidad de impotencia que los envuelve.

Como si el chirriante sonido de las patas de la banca, rallando el piso, pudiera enmudecer el sonido de metrallas y bombardeos y acallar los rumores de batallones enteros que se perdían en el infortunito intento por ganar terreno, desquitando con sus cuerpos la desazón.

Comparando inconscientes, el retraer de sus caderas chocando piel con piel, con un cañón que dispara balas contra buques enemigos.

Izuku se asfixia y, aun así, se siente mejor que ver a un nuevo guerrero caído en batalla en la plancha del salón cada tarde. Sentir a Katsuki enterrando la mano en su costado para dejarlo respirar mientras no deja de penetrarle, era mil veces mejor que sentir su estómago revuelto pensando en que ese soldado de ojos cerrados, calcinado o mutilado o perforado por una metralla. Es un japonés más que no volverá a casa, que sólo es un poco mayor que él y que habrá una madre más arando el campo con lágrimas en los ojos.

Una estocada más, como espada perforando en la carne y escucha a Katsuki gemirle contra la oreja, iracundo. Sale de él con el mismo tacto con el que habla y lo deja solo en el salón de clases, vacío como ojos de soldado.

Izuku se acomoda la ropa lo mejor que puede, intentando en vano, esconder el collar de dedos que coloreaba morado su cuello, e ignorar el dolor en el costado que sabe que también dejara marca, piensa con atino que Katsuki, más que hacerle el amor, le hace la guerra.

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