12. Incidente y amnesia

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Dios, qué frío hace...

La cabeza, oh, la cabeza me dolía mucho. Aunque había mucho silencio, eso era lo bueno. Era bueno para... que... momento, ¿silencio? ¿En qué parte de "bar ilegal un domingo en la noche" encajaba el silencio? No, definitivamente ya no estaba ahí.

Traté de levantarme. La superficie sobre la que estaba tendido era suave y cálida al tacto, pero lo de la calidez estaba seguro de que era porque yo estaba acostado ahí. Me dolía cada maldito músculo de mi pobre raquítico cuerpecito. Y seguía haciendo frío, demonios.

¿Por qué no abría los ojos? Ah, flojera. Además, sentía que durante la noche algún gracioso hubiera cubierto mis párpados superiores con una capa de cemento.

Palpando a mi alrededor noté que tenía una sábana encima, pero por alguna razón no me abrigaba tanto como solía hacerlo. ¿Acaso no me había puesto prendas de un grueso decente al irme a dormir como lo hacía todas las noches? Porque no se sentía como... si...

¡Carajo!

Me incorporé de golpe. Volví a revisarme con ambas manos, ignorando el espantoso dolor de cabeza. Y sí, no estaba equivocado. No llevaba nada de ropa.

Muy a mi pesar abrí los ojos, dejando que la luz del sol fuera procesada por mi cerebro. Creo que este no comprendió el concepto de "procesar", porque al primer chorrito de luz solar que mis ojos fueron capaces de distinguir, sentí como si una gran navaja estuviera rebanando muy lentamente toda mi estresada materia gris. Me llevé las manos a la cabeza, sosteniéndola y casi clavándome las uñas en el cráneo para que el dolor se detuviera. Estrujé mis cabellos y tiré un poco de ellos. Mantuve esta posición por unos minutos, hasta que el dolor fue casi imperceptible. Digo casi porque aún lo sentía. Aún estaba ahí, presente, concreto y amenazante.

Cuando abrí los ojos de nuevo, acostumbrándome a esa luz que parecía más brillante que nunca, me di cuenta de que estaba en una habitación. Suspiré hondamente y el alivio me invadió. Bien, había llegado a mi habitación la noche anterior, eso ya era algo.

Estaba a punto de lanzarme de espaldas de vuelta a la que ya estaba seguro de que era mi cama, cuando una punzada dolorosa me dio en pleno estómago. Había una casaca negra de cuero tirada en el suelo... y no, esa casaca no era mía, y mucho menos de Greg.

Miré de golpe a la esquina en busca de un cachorro durmiente, o por lo menos los tazones de comida y agua que ahí estaban ubicados, pero estaba vacía, tan solo ocupada por un par de botas de hule negras. Volví la mirada hacia la cabecera de la cama vecina, que ya no era tan vecina porque estaba literalmente junto a la mía. La pared estaba vacía, tan desnuda como yo, blanca y pulcra.

Michael, ¿en dónde...?

Incluso pensar me dolía. Cinco punzadas seguidas azotaron mi cerebro como balas al rojo vivo.

Intenté, de todos modos, sacar un par de conclusiones que me ayudaran a comprender bien la situación. A ver: estaba tendido sobre dos camas juntas. Las sábanas estaban completamente revueltas... y por alguna razón me encontraba como Dios me trajo al mundo. ¿Qué diablos, acaso había hecho alguna tontería de ebrios la noche anterior? Lo único que esperaba era que nadie me hubiera grabado... porque de ser así, seriamente temía que el video de mi estúpida locura yaciera alegremente en YouTube con treinta mil visitas.

Un pequeño suspiro soñoliento cerca de mí me sobresaltó. Casi me da un ataque cardíaco cuando, al voltear, me topé con una mata de brillante cabello dorado.

¡MIER-DA!

—¡Pero qué...! —grité.

Me impulsé hacia atrás por el susto, cayendo al suelo de espaldas, jalando involuntariamente la sábana conmigo, lo cual me dio una visión muy amplia de su esculpida espalda. Para variar un poco, él tampoco llevaba ropa.

All I need is you II © [AINIY #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora