CAPÍTULO 1 - Luna Roja

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Escuché la voz de mi madre a lo lejos, llamó mi atención, sonaba alterada. Por lo que decidí salir de mi habitación a ver qué sucedía.

El suelo estaba helado, mis pies descalzos sobre él hicieron mi cuerpo temblar, miré por la ventana y vi como la nieve adornaba la carretera. Aun dentro de la casa, el frío que sentía era extraño – quizás el miedo a lo desconocido era la causa – fue lo que creí. Sin embargo, la culpable era la puerta de la cocina que por alguna razón se encontraba abierta. Escuché un grito provenir del patio, me apresuré cuando algo húmedo impregnó mis pies. Espeso. Resbaladizo.

Dirigí mi mirada al suelo de consistencia desconocida para encontrarme con un rojo vino, ciertas áreas eran más oscuras que otras, muy cercanas a negro.

Era sangre.

El suelo en secciones estaba bañando en sangre, el rastro llevaba al patio cubierto de nieve, mis ojos habían sido hipnotizados por el color de rojo, era todo lo que podía ver, el cielo, la luna, el suelo, todo estaba tintado de escarlata. Corrí en busca de mi madre, en la desesperación, no sentía como quemaba mis pies con la nieve o el humo que botaba por la boca, azotando mi rostro. Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras buscaban desesperadamente a mi madre.

No pude encontrarla.

- OCHO AÑOS DESPUÉS -

Una vez más veía la nieve caer desde la ventana de mi dormitorio, odiaba la nieve. Traía recuerdos de mi difunta madre – vagos recuerdos – aquella noche nevaba como hoy. Llevé ambas manos a mi boca para brindarles un poco de mi calor.

Al fallecer mi madre, quedé al cuidado de mi padre que se había divorciado de ella años atrás. Él tenía su nueva familia y yo, solo era un estorbo, por lo que me inscribió en una academia con dormitorios.

La luna finalmente hizo su aparición en el cielo luego de una tarde entre libros y una larga ducha caliente, desde aquella trágica noche, mis ojos solo podían verla con un tono escarlata.

Al mirarla fijamente, especialmente en noches nevadas como las de hoy, podía ver como la blanca capa en el suelo se manchaba de sangre. Alucinaciones como esas eran frecuentes, sin embargo, nunca le dije a nadie.

Mientras perdía el tiempo en el computador mi compañero de cuarto – la bestia –, entró de golpe a la habitación. Lo que me hizo brincar.

-¿Por qué tan nervioso? – Se mofó. Torcí los ojos. – Tus ojos se te van a perder en tu cráneo de tanto torcerlos. – Me advirtió fingiendo estar preocupado, como si en realidad fuese posible semejante estupidez.
-Ojalá antes que eso suceda se te revienten las cuerdas vocales – me quejé. Él rio.
-Eres tan aburrido – cerró mi computadora entre risas y me quejé. Luego se quita la camisa, puede ver cada músculo de su maldito cuerpo perfecto. – ¿Te gusta lo que ves? – Preguntó divertido.
-Serás idiota – torcí nuevamente los ojos y abrí mi computadora para continuar con lo que hacía. En lugar de gustarme, me daba envidia. Jamás luciré de esa forma, no es solo su cuerpo, él en general posee una presencia inigualable, no importa dónde esté, resalta. Sea su altura, el tono melodioso de su voz, una sedosa cabellera negra o unos ojos grises con rasgos celestes, como una mañana que anunciaba una tormenta apunto de arrasar el mundo a sus pies; es difícil no notar cuando está a mi alrededor. Nunca lo admitiría en voz alta – la curiosidad que él me produce – mi mente no podría soportarlo.

Una vez más volví a dirigir mi mirada hacía él pero ya no estaba ahí, lo busqué con la mirada pero solo pude ver como su cuerpo desaparecía tras el umbral de la puerta que se cerraba de golpe.

Me sobresalté con éste.

No era miedoso, pero era algo nervioso, me gustaba pensar que era precavido, pero cualquiera pensaría que soy un cobarde.

Noches de Invierno (Gay-Yaoi)©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora