BUFÓN

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Miré a Seba como si estuviese frente a un desconocido, convencido que aquel discurso no era más que una broma bien planeada cuya gracia aún no había logrado encontrar, sin embargo él parecía estar tranquilo y en sus ojos no dejaba de mostrar ese brillo característico de los que tienen una resolución ya tomada.

Me dejé escurrir sobre el sillón y observé el techo como si estuviera buscando las palabras correctas para hacerlo entrar en razón, tomar las riendas de la cordura era algo a lo que no estaba habituado, pero por más que lo intentaba no podía hallar aquella frase precisa que volviese a ajustar los tornillos que el amor le había aflojado en tan poco tiempo.

Pensé en lo mucho que me hubiese gustado haber podido desvariar acompañado, crear quimeras en torno a un sentimiento que hacía parecer todo posible, creer que se podía ser fugitivo de los tenebrosos monstruos de la rutina y el pasado. Pero estaba perdido en la inmensa soledad de los lunáticos y desde ahí esos castillos flotantes no dejaban de verse como un montón de espejismos que no conseguían engañarme.

-¿Por qué me cuentas todo eso?- inquirí pensativo- sabes que lo que hagan o no los demás no suele ser algo que me importe demasiado.

-Por eso precisamente-, dijo moviendo las manos como un catedrático dando una conferencia-, como a ti te da igual no nos impedirás que nos vayamos y podrás explicarle la situación a todos cuando ya sea tarde para que los otros quieran hacer algo.

-¿Y una carta no sería algo más simple? Mira, hasta resultaría poético.

-Prefiero dejarte a ti la misión, así también me aseguro de que te mantendrás con vida hasta el momento de revelarlo todo.

- Puto-, murmuré frunciendo el ceño-, cuando todos se enteren de que encubrí tu estúpido plan de quinceañero van a tirarme del costanera...bueno, sí. Creo que mejor sí te ayudaré.

Sonreí de manera espontánea y Sebita, reconociendo la diversión y complicidad en aquella expresión, me regresó el gesto antes de ofrecerme su mano para confirmarse a sí mismo que el trato se cumpliría. Me sentí como un caballero al momento de estrechar su mano, yo que había nacido más para ser un vago que un respetable, eso hizo que mi buen humor se prolongara durante el resto del día.

Durante la tarde mi tiempo y paciencia se agotó con Miguel quien, desde que su trabajo como "repartidor" se había acabado, agarró la mala costumbre de invertir sus tiempos de ocio en andar conmigo y fastidiarme con mil preguntas y teorías poco comunes para un niño pero demasiado disparatadas para un adulto.

Supongo que debo agradecerle, en parte, el que me hubiese mantenido al tanto del mundo durante todo ese tiempo. Salir con él era recordar que habían vidas y un planeta que seguían girando y que, probablemente, estarían pasando por una situación, quizás diferente, pero igual de mala o incluso peor. A veces es necesario engrupirse a uno mismo para no recaer en viejas costumbres.

La muerte de Antol me había traído la, siempre inoportuna, de mi mismo. Los reflejos nunca me habían parecido tan abundantes, incluso la superficie más áspera parecía tener un rostro parecido al mío, incluso mi miniatura parecía materializarse por más tiempo cuando encontraba algún recoveco para deslizarse a la realidad.

Me gustaba creer que podía terminar acostumbrándome a la idea de tener un enemigo constante, molesto y poderoso. Creyendo que dejarían de molestarme sus miradas de reproche y sonrisas burlonas, y que ya no me afectarían sus intentos por deformar mi realidad, que al final de cada crisis todo me sabría a rutina.

Pero, al igual que varias otras partes de mi humanidad, mi capacidad para adaptarme había decidido abandonarme y dejar que la desesperación subiera aún más en su escaño. Me había vuelto neurótico y susceptible, cada vez me costaba más sentirme cómodo en la realidad porque sabía que en cualquier momento algo se volvería a desajustar. No estaba seguro solo pero no me sentía tranquilo cuando estaba acompañado, la droga parecía no durar nunca lo suficiente y cada vez me costaba más distinguir de mis quimeras y la realidad.

cuando se fractura el almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora