SABOR A MENTIRA

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Jaime había insistido en que me quedase a vivir con ellos durante algún tiempo, consciente de que Carmen se negaba a verme desde que se enteró que había vuelto a drogarme con heroína y comprendiendo que no podía volver a casa de Almendra por el momento. No puedo decir que fue desagradable, aunque las risas seguían disminuyendo se seguía pasando bien, pero tampoco podría afirmar que estaba del todo a gusto en aquel lugar. Supongo que el hecho de verlos poco me ayudaba a soportarlo, sin contar que las veces en que nos reuníamos me encontraba demasiado drogado como para pensar en la nostalgia que me provocaban. Vivir con ellos fue parecido a tener un cactus mal ubicado, fue clavarse constantemente una espina en la mano y no ser capaz de cambiar su posición, fue sacrificar un sentido para complacer una emoción, fue volver a humanizarme  mientras mi maquinaria seguía averiándose.

Cuando debí explicar la razón por la que llevaba el cuello herido me enteré que aquella misma noche, cayó nieve en la capital. Durante todo ese fin de semana la luz fue privilegio de algunos y varios niños se resfriaron por lanzarse los restos que, por la mañana, hacían ver todo como una postal navideña.

Posterior a eso todo volvió a tornarse aburrido, mis días tomaron de a poco el tinte rutinario de cada existencia y me costaba diferenciar un domingo de un miércoles, hasta que mi exceso de tiempo y falta de paciencia me condujeron a una escena más común que agradable.

Descubrí que era alguien diferente cuando observé a aquellos chicos molestando a una frágil imitación de Morticia, descubrí que yo no era el mismo al no poder ignorar aquel abuso injustificado, comprendí que mi deformación era irreversible cuando la sangre comenzó a arder por mis venas con una rapidez incontrolable.

Me acerqué a los llantos que emergían de entre las risas, capturé con mi mano al bellaco que sostenía la piedra más grande y exigí una explicación de aquel acto tan retrógrado. Las respuestas, sin embargo, jamás me llegaron y en su lugar solo tuve insultos infantiles que ni siquiera lograban atenuar las ridículas lágrimas que manchaban el rostro de mi joven cautivo.

Mi aparición fue tan sigilosa como inesperada y aunque no fue imponente ni llamativa, consiguió intimidar lo suficiente como para provocar que los chicos se transformaran en diminutas lauchas de las que no distinguí más que la cola.

Cuando mi rehén se vio solitario su valentía flaqueó hasta que fue invisible y las súplicas de perdón surgieron como un montón de molestos zancudos, entonces la repugnancia superó mis deseos de escarmiento y lo lancé contra el asfalto con descuidada brutalidad. Antes de poder decir nada el chico corrió, transformado en una especie de gusano purulento, dejándome a solas con la triste chica de cabellos negros que me miraba con cierto brillo de admiración y miedo inscrito en sus pálidas facciones.

La miré como si estuviera perdido y, al notar que a nuestro alrededor el color seguía intacto, comprendí que había vuelto a hacer más de lo que debía. Me sentí incómodo pero satisfecho, tranquilo en su mayoría, pero la chica parecía creerse dentro de la realidad.

En el fondo sentí que entrometerme había sido un error, que lo mejor hubiese sido ignorar todo, al igual que el resto de la humanidad que en realidad no hacía más que complicar las cosas para ella y para mi mismo con aquel descabellado acto de heroísmo impertinente. Pero mi a veces nublada lógica se esfumó de mi pensamiento en cuanto le pregunté a la niña si se encontraba bien y esta me respondió con una sonrisa que pugnaba por salir de su rostro y agrandarse hasta el infinito.

Intenté explicarle, antes que me agradeciera más de lo que merecía, que ella misma podía defenderse ante esos cobardes si quería pero su autoestima no colaboraba con mis intentos de convencerla. Que no era necesario matar a nadie, le dije, que bastaba con asustarlos y que debía procurar no tener adultos cerca que lo presenciasen. Pero antes de que el convencimiento temblara en sus felinos ojos, la voz de su hermano interrumpió nuestra amena conversación de extraños.

cuando se fractura el almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora