GATITO PELUDO (EPÍLOGO)

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Observé el líquido sanguinolento ser absorbido por el desagüe y observé mi reflejo con entristecida curiosidad. Busqué en ella las razones por las que todos preferían siempre abandonarme, sin obtener más resultados que las innumerables veces en que me había hecho la misma pregunta, entonces mis ojos se humedecieron y una lágrima atravesó mi mejilla con pereza.

Volví a enjuagarme los dientes y vi como el rojo volvía a apoderarse del color de la espuma, la bandera de una herida recién abierta; luego me lavé el rostro y salí del baño sin siquiera secar mis manos. Llegué a mi cama, la última vez donde lo había visto, para recostarme sobre mi costado y observar impasible el espacio vacío que tenía al lado.

Ni una carta, ni un dibujo, ni siquiera un simple adiós. Se fue sin decir nada ni hacer una advertencia, se fue como si no supiera que lo extrañaría, se fue con mi corazón en el bolsillo trasero del pantalón y la ilusión de un sentimiento entre los brazos.

Quizás fue mi culpa, el dibujo que había hecho de él con la chica del cuadro, la ironía de arruinar algo cuando intentas hacer que todo mejore. El cuadro ya no estaba en casa, y no lo estaría por mes y medio más, pero podría hacer un dibujo que mantuviera en tierra la mente de Manu mientras la exposición de arte terminaba.

Pero en lugar de dibujar a su musa en solitario preferí dibujarlos a ambos, como él seguramente quisiera verse con ella, como si sus vidas dependieran de representar el amor en su forma más pura e inocente, como a mí me habría gustado estar con él alguna vez. Jamás olvidaré el rostro de Manuel al verlo, un cuadro aún más valioso que "Tobías y el ángel" de Leonardo, pero no supe lo caro que me había costado conseguirlo hasta que sentí su ausencia entumecer mis huesos. Lástima que cosas como esa no tienen devoluciones, el nefasto intercambio de acciones por momentos y momentos por acciones, pero siempre está la posibilidad de recuperar lo perdido haciendo más intercambios.

La idea me llegó como un relámpago, igual de peligrosa y bella, haciéndome sonreír y levantarme como si la creatividad me hubiese atacado de nuevo. Saqué del velador las notas que semana tras semana, él me había estado escribiendo y corrí por la casa buscando los escritos que prefería mantener ocultos.

Era improbable pero no imposible, solo hacía falta intentarlo. De todas maneras, aunque a Manu le gustara negarlo, él era un romántico igual que yo.

El cuento de "Guerreros letrados" me hizo pasar por Concepción, El poema "Un hombre rescatado del cielo" me llevó a la Araucanía, la fábula "Ciudad de equilibristas" me obligó a detenerme en Valdivia y el título "Caminantes en el mar" de una obra aún no escrita me hizo llegar a la ciudad de Castro, famosa por sus hermosos y particulares palafitos.

Encontré a mucha gente en el camino, seres bañados de la bondad que otorga el pasar tiempo con la naturaleza, pero de todos con los que tuve el placer, y en ocasiones la desgracia, de compartir las horas hubo más de una coincidencia que me hizo visualizar la marca de un plan marcándose con más fuerza en el horizonte.

Hubo un sujeto, treintañero a simple vista, que decía haberlo recibido durante algunos días, lo mismo escuché de una chica que estaba embarazada y de una pareja que parecían ser un par de años menores que yo. Todos decían conocerlo, incluso se daban el título de ser sus amigos, sin embargo, ninguno comprendía porqué de pronto lo sentían tan extraño.

-Como si no fuera él- decían- como si no estuviese ahí conmigo y estuviese pendiente de otra voz cada vez que intentaba mantener una conversación.

Mientras más avanzaba hacia el sur peor era aquel relato, su mente parecía estar corrompiéndose y en mi interior la culpa se expandía como una nebulosa. Había estado tanto tiempo con él que lo conocía más que él mismo, sabía lo que tenía y como controlarlo, sabía que no era normal y que estaba sufriendo, sabía que Manu necesitaba ayuda pero yo no deseaba que alguien más acudiera a su llamado.

cuando se fractura el almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora