De cuando...

...plantas cadáveres.

El jardín de mi abuelo siempre se había caracterizado por la variedad cromática que se podía apreciar en él, era como un gran arcoiris de emociones y pensamientos. Aquel colorido apartaba todos tus pensamientos tristes y sólo dejaba hueco para los felices.

Disfrutaba viendo cómo mi abuelo, todavía a sus setenta y tres años, mimaba sus flores como si de hijas se tratara: les ponía música para que se sintiesen queridas, las regaba cada día y les cambiaba la tierra una vez por semana. Me gustaba el cariño que invertía en ellas y me preguntaba por qué mi madre nunca me había tratado como mi abuelo trataba a sus plantas.

Con seis años y mucha felicidad, cogí una pequeña margarita de su jardín. Me recordó a un huevo frito: era un círculo amarillo rodeado de otro más grande de color blanco. ¡Qué bonita era!

‘Mamá, mira’ exclamé feliz a la par que le mostraba la flor que llevaba entre las manos. ‘¡Te la regalo!’

‘¿En serio? Muchas gracias.’ dijo mi madre. Se quedó mirando la margarita un buen rato.

Me fijé en mis zapatos, estaban manchados de barro. Luego, vi como un pétalo, blanco como una perla, caía. Levanté la vista y vi que mi madre estaba deshojando la flor.

‘¿Qué estás haciendo, mamá?’ le chillé. ‘¡Para!’ pataleé.

‘Hija, ¿qué te pasa?’

‘¡La estás matando! ¿Por qué lo has hecho?’ lágrimas se escaparon de mis ojos.

Le arrebaté la flor, casi sin pétalos ya, y la observé. Ya no era un huevo frito, ya no era bonita. Ahora estaba muerta.

‘Cielo, no la he matado yo. La margarita dejó de vivir cuando la arrancaste.’

Mi llanto se duplicó.

‘No quería hacerlo. Yo no quería matarla...’

‘No pasa nada. Mira cuántas hay todavía.’ señaló el jardín.

‘Pero ya no hay ninguna como ella. Era especial, estoy segura.’ me sorbí los mocos. ‘Es como si me mataran a mí… pero, claro, no pasa nada, hay más niñas en el mundo.’

 ‘Hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes.’ Charles Dickens