—No, no iré—afirmó Ricky enfadado—. Sabes de sobra que odio esas estúpidas fiestas.
—Pero, Ricardo —dijo su madre amablemente—, tienes que relacionarte con otras personas de tu edad. Me tienes preocupada, te encierras todo el día en tu habitación y te olvidas que existen otras personas en el mundo.
—Si acepto a ir, ¿me comprarás el nuevo vídeojuego de la saga CreepShow?
—Sí, está bien—accedió—, pero prométeme que intentaras hacer amigos.
—Lo haré, lo haré—respondió poniendo sus ojos en blanco.
Odiaba las fiestas desde pequeño, no se sentía cómodo rodeado de extraños y mucho menos si estos se retorcían al compás de la horrible música moderna.
Dejó su casa a las nueve de la noche, no le importaba llegar tarde. La fiesta tenía lugar en una antigua casona, en la cima de una pequeña colina. Era un edificio enorme, de paredes grises adornadas con descoloridas guirnaldas de papel crepé. Algunas estaban despegadas y se balanceaban suavemente con la brisa invernal.
Entró y ante él se desplegó un gran salón, donde los invitados estaban reunidos en pequeños grupos, hablando y riendo. Las paredes de la sala sostenían imitaciones de famosas obras de arte, la alfombra que cubría el suelo de madera era de un color rojo brillante y una escalera de madera finamente pulida conducía hacia la segunda planta.
Los invitados vestían elegantes trajes y vestidos y cubrían sus rostros con máscaras venecianas. Nadie parecía prestarle atención aunque resaltaba con sus vaqueros gastados y una camiseta de un grupo de rock. Sonrió, por primera vez en su vida no se sentía incómodo.
La música, que parecía llenar la casona, provenía de un antiguo gramófono de madera y cobre que tocaba sin cesar canciones tan antiguas como el mismo aparato.
Un hombre alto, de contextura delgada, se acercó a él y le entregó un antifaz decorado con plumas y perlas de fantasía. Lo admiró por un momento y luego lo colocó sobre su rostro. Le quedaba perfecto, no como esas máscaras de plástico que te rozan la cara y generan calor e incomodidad.
La música se detuvo, uno de los presentes se subió hasta el tercer escalón y desde allí habló:
—Damas y caballeros, agradezco vuestra presencia. Mi corazón se inunda de un profundo gozo al ver que disfrutan este humilde baile.
Ricky rió suavemente, cubriéndose la boca con sus manos, aquel hombre hablaba de forma extraña y divertida. Ya nadie usaba la palabra "vosotros" y mucho menos expresiones como "mi corazón se inunda de un profundo gozo".
—¿Se divierte usted, joven? —le preguntó a Ricardo desde la escalera.
—Claro—respondió nervioso—, es una fiesta encantadora.
—Lo es, en efecto—agregó con una marcada sonrisa—, pero esta próxima a su ocaso.
Dos pequeñas niñas, ocultas tras sus máscaras, lo sujetaron firmemente de ambos brazos. Intentó liberarse, no le gustaban los críos, pero tenían una fuerza descomunal. Todas las miradas se clavaron en él, las sentía como cuchillos que perforaban su sien.
Lo rodearon completamente. En sus rostros veía como se formaban desagradables sonrisas cargadas de maldad. Tragó saliva e intentó en vano liberarse. El anfitrión de la fiesta se acercó hacia él dando pequeños saltitos, como las niñas en los dibujos animados. Sonreía ampliamente y sus ojos brillaban de felicidad.
Lo examinó con cuidado, sujetando su rostro con sus esqueléticas manos.
—Es la hora—declaró alegremente y se quitó el antifaz.
Ricardo estaba rodeado. Se percató de que todos estaban quitándose sus máscaras, exponiendo horrendos rostros que parecían roídos por las alimañas. De sus heridas abiertas se desprendía una asquerosa mezcla de pus y sangre que recorría sus caras como lágrimas grotescas.
Todo había terminado y él lo sabía, moriría en aquella maldita fiesta.
Un rumor recorre el pueblo. Durante una noche al año, un joven con el rostro cubierto por un antifaz, adornado con plumas y perlas de fantasía, vaga por las concurridas calles invitando a los transeúntes a una gloriosa fiesta que tendrá lugar en la casona de la colina.
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