La joven en la fotografía

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La noche tiene un extraño poder sobre el mundo. Ofrece a sus clientes sus más deseados placeres y aloja bajo sus alas a todas aquellas criaturas capaces de sobrevivir a sus encantos. Alcohol, drogas, sexo, sangre, viceras y cadáveres, son algunas de sus tentaciones. Yo me impregno en su esencia y encuentro la fuerza necesaria para seguir.

Un golpeteo inquieto me apartó de mis pensamientos. Alguien llamaba a mi puerta, era un anciano tembloroso, de cabello casi transparente y una insondable tristeza. Lo invité a entrar y, sin mediar palabra, se sentó frente a mi escritorio.
—Necesito que encuentre a mi hija —dijo sin más.
—Claro —respondí—, aunque no sé si usted está al tanto de mi particular situación y de mis particulares honorarios.
—Lo estoy. No se preocupe por ello, sólo deseo que la encuentre.
Con sus manos temblorosas, me alcanzó una foto, algo estropeada, de la joven. Era una linda mujer, de larga cabellera y misteriosa mirada. La observé por un tiempo y le pregunté:
—¿Tiene algún objeto personal de su hija? Es necesario si desea que la encuentre.
—Traje un cepillo de dientes ¿le sirve?
—Claro. Cuando tenga noticias, lo contactaré.
El anciano se alejó lentamente hasta perderse en la niebla.

Coloqué el cepillo sobre un gastado mapa de la ciudad y murmuré un antiguo encantamiento. El mismo reveló que la muchacha se encontraba en el distrito industrial. No eran buenas noticias, muchos seres despreciables se refugian el las sombras de aquel sórdido lugar.
El amanecer se acercaba vertiginosamente y no quería arriesgarme. Debía desaparecer y volver con la noche para continuar con mi trabajo. Por suerte, para las criaturas como yo, el día pasa muy rápido y la oscuridad vuelve para premiar nuestra paciencia.

Caminé en silencio hasta el distrito industrial. Podía notar, a mis espaldas, miradas sin vida que me observaban con desprecio, asco y, quizás, algo de miedo. El lugar apestaba a azufre y la muerte era casi tangible. Aquella zona estaba dirigida por Mnectbuu, un demonio de baja categoría, muy irrasible y territorial. Su presencia no se hizo esperar.
—¿Qué quieres, híbrido? ¿Por qué te paseas con tanta libertad por mis dominios?
—Estoy buscando a una humana.
—No hay humanos en este lugar.
—Ella está aquí. Un hechizo de localización lo confirma. Entregala, nos ahorraremos muchos problemas.
—¡No hay humanos en este lugar! —repitió. Sus ojos se impregnaron de sangre y odio.
—Tal vez alguno de tus esbirros se la llevó, por placer o por error. De todas formas, es tu responsabilidad, ya conoces las reglas.
—¡Lo hago, impuro! Nosotros respetamos nuestra parte del convenio. No sé qué le sucedió a la humana pero tienes mi permiso para buscarla. No quiero que esta situación llegue a oídos de "los Otros".
—Nadie quiere —agregué.

Caminaba por una de las calles laterales cuando un leve aroma inundó mis fosas nasales. Sudor, tenue, camuflado por el azufre. Noté, también, otro aroma, era sangre seca, lejano pero inconfundible. Seguí aquella embriagadora esencia y allí estaba, en un sucio y oscuro callejón. La joven yacía inconsciente, estaba golpeada y presentaba indicios de abuso sexual. En sus brazos se podían observar evidentes marcas de pinchazos; seguramente eran de inyectarse Hm, la droga de moda.
Supe, de inmediato, que no era obra de Mnectbuu y los suyos. Tenía la firma de la mayor escoria que ha caminado sobre este gastado planeta, el ser humano.

Cargué el cuerpo casi muerto hasta el hospital más cercano donde un joven doctor, al verme, se acercó y me preguntó:
—¿Debo reportar esto? —Pertenecía al convenio.
—Es un acto humano, no concierne a "los Otros". Encárgate de la chica, yo notificaré al padre.
El anciano llegó a los pocos minutos de recibir la llamada. Sus ojos se empañaron al oír lo ocurrido. Le dije que debía dar aviso a la policía, ellos se harían cargo de la situación. Además, le hice saber que mi trabajo estaba terminado y que, debido a mi condición, no podía rastrear al culpable. Pareció entender. Eché una última mirada atrás y me alejé en silencio.

La noche posterior al incidente, el anciano se acercó a mí oficina con el pago por mis servicios. Sus ojos estaban apagados, despojados de todo sentimiento.
Su hija había muerto. Sobredosis, eso dijeron los médicos y la policía cerró el caso en base a ese diagnóstico.

"La sociedad carece de justicia y los inocentes pagan con sangre semejante fallo".

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