Quizás demasiado tarde

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     Philip no encontraba a Astrid en la aldea y empezaba a desesperarse, para él la opción más lógica fue ir a su casa, se encaminó a toda marcha, su angustia estaba nublando su buen juicio, al abrir el granero esa misma mañana Felicia no estaba,...

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     Philip no encontraba a Astrid en la aldea y empezaba a desesperarse, para él la opción más lógica fue ir a su casa, se encaminó a toda marcha, su angustia estaba nublando su buen juicio, al abrir el granero esa misma mañana Felicia no estaba, tomó eso como una travesura que Astrid solía hacer, por lo que había cogido su caballo en su búsqueda pero no estaba ni en el lago, ni en la fuente del pueblo o la frontera del bosque, el agobiante latido de su corazón lo estaba desesperando sonando como un tambor enloquecido.

     Al llegar la puerta estaba abierta de par en par y el joven no se molestó en tocar, Madeleine no estaba y eso era un alivio para él, le tenía un serio remordimiento por el trato hacia su mejor amiga, además tratar con Adela era mucho más agradable que toparse con la arrogante señora.

—Adela. —grito él, haciendo que la joven se estremeciera y se le cayera un libro de sus delicadas manos.

—¿Qué te sucede? ¡Me has matado del susto!

—¿Dónde está Astrid? — preguntó el joven sin reparos en la conmoción de la damisela, Adela lo miró con cierta tristeza, ella odiaba a todo el mundo, pero por alguna razón Philip siempre le había parecido tolerable.

—Se ha marchado, anoche de hecho. — el rostro del joven inmediatamente se llenó de confusión y su mirada valió de pregunta para que Adela le explicara. - Ella así lo decidió, ella nunca fue feliz aquí. Menos al saber que estabas tan desesperado para comprar su mano en matrimonio, en vez de decirle lo que todo el pueblo sabe.

—Yo no he comprado su mano. — reprochó indignado. — Yo debí haberle dicho antes que la amaba, pero nunca intentaría forzarla a nada, ¿Quién te ha dicho eso?

—Tu padre se lo ha dicho a mi madre, mi prima no está aquí para que soluciones esto. — le respondió ella con ironía.

—Eso ya lo noté Adela ¿no sabes a dónde iba? — preguntó con el mismo tono odioso que la muchacha usaba con él, pero a pesar de los malos tratos hacia Astrid y su ufana manera de ser, no podía odiarla porque la chica le daba algo de lastima.

—No lo sé. — respondió con sinceridad

     Eso fue suficiente para el joven, salió hecho una furia, montó su caballo con ímpetu y se dirigió a su hogar como comandado por el diablo, con una velocidad bestial. Siempre había protegido a Astrid de todo, ahora estaba sola y él solo podía implorarle a cualquier dios que pudiera escuchar que nada malo le hubiera pasado, que no hubiera desaparecido en el bosque. Tenía que enfrentar a su padre, porque, aunque obrara por su bienestar había metido la pata hasta el fondo y con lo aprovechada y oportunista que era Madeleine no dudó para aceptar el pacto y a la vez se odiaba así mismo. Si hubiera sido sincero y revelado sus sentimientos estarían caminando todos por un destino muy diferente pero no, él simplemente fue un cobarde.

    Al llegar a su casa su hermana Liana se encontraba en la cocina, como lo hacía la mayoría del tiempo, intuía que su madre ya debía estar dormida, a toda marcha atravesó la estancia hasta llegar a la puerta trasera, su padre estaba limpiado los establos y poniendo todo al día para la siguiente jornada de trabajo. El Sr. Hood notó la presencia de su hijo, dejó a un lado su bieldo y le sonrió como solía hacerlo, él estaba realmente orgulloso de su muchacho, era un joven trabajador y amable, pero la sonrisa se borró tan pronto como apareció el rostro preocupado y molesto del joven.

El susurro del bosque I -La canción de los elfos (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora