Él y la doncella

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Catherine y Eduardo deambulaban por el enorme castillo, los guardias los veían recelosamente. Ed ya se las vería negras con su padre, pero en ese momento le daba igual; sentir el calor que irradiaba la pequeña mano blanca de Cath era una experiencia única para un muchacho como él.

  Finalmente llegaron a una puerta colosal, en el último piso de aquel extravagante castillo. Catherine soltó unas risitas y la abrió encontrándose con un enorme balcón adornado con todo tipo de flores que despedían un olor delicioso. Había algunas cuantas mesitas con platos y tazas de té que al parecer nadie había usado en mucho tiempo. La doncella suspiró e invitó a Ed a acompañarla al borde de aquel mágico lugar. El chico cerró la puerta tras de sí, deseando que no fuesen descubiertos por el mismísimo señor Lloyd.

— Este es mi lugar secreto — Dijo Cath — Bueno, ya no tanto. ¿No te encanta?

— Es…precioso aquí — sinceró Eduardo — Nunca me había sentido tan cerca de la luna — alzó su brazo al cielo nocturno, como si pudiera arrancarle una estrella con sus dedos.

— Lo sé, siempre que me fastidio de tanto guardia — refunfuñó Cath — Vengo aquí a relajarme. Nadie ha pisado esta parte del castillo en mucho tiempo, creo que ni siquiera mi papá sabe que existe.

— ¿Por qué me llevaste aquí? Creo que no es muy conveniente que estemos solos — dijo Ed.

— Nadie vendrá aquí, no nos descubrirán. Eres muy cobarde para ser un muchacho — se burló la doncella.

— No es correcto.

— Sólo quería tener un poco de compañía, a veces me siento muy sola y creí que siendo tú de mi edad serías más aventurero — soltó con decepción.

— No soy un cobarde, ni siquiera me conoces – se molestó él. — Es que…estamos rompiendo demasiadas reglas y el único que saldrá perdiendo soy yo. 

— Pues permíteme hacerlo Eduardo, te prometo que nadie lo sabrá. Lo único que pido es una amistad. No me importa si eres la persona más importante del mundo o si eres un simple trabajador. A mí eso me vale. En todo caso, si no lo deseas…perdone mi atrevimiento y váyase. — Catherine se volvió hacia el balcón y se dedicó a observar la luna, estaba segura de que Ed se iría, todo había sido una pérdida de tiempo.

— De acuerdo — Dijo Eduardo acercándose a ella y dedicándole una preciosa sonrisa que casi la vuelve loca. — Seamos amigos. 

Poesía, marea y caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora