Fatua.

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Te consideras la única, la más hermosa. Te observas en el espejo con picardía, te sonríes a ti misma, practicas tus mejores gestos, ensayas una mirada brillante; te encierras en tu vanidad.

  Caminas exageradamente, modelas y te ríes, y lo sabes: ellos te miran. Imaginas aquellos pensamientos perversos de hombres que no dicen nada. Finges repudio, demuestras desdén, y sigues presumiendo de tu belleza. Tu inacabable presunción. Fatua. Mujer hermosa, mujer perfecta. Te jactas de la envidia de las demás, crees que todas desearían estar en tu lugar; tener tus ojos miel, tu cabello largo y ondulado, tus labios carnosos, tu cuerpo. Aquel cuerpo que sabes ningún hombre podría rechazar.

   Y a ti he observado también, no con las mismas intenciones. Más con la curiosidad de ti, de tus movimientos tan bien estudiados, todo de ti está idealmente preparado, no hay improvisación en tu sobrevalorada belleza, todo está hecho para provocar, persuadir, engañar, ilusionar y fantasear.

  ¿Qué te ha hecho ser así, mujer? Quizás la atención, la admiración, el deseo carnal. Que tu boca no utilizas para hablar, sino para excitar. Con tus piernas solo alteras, humillas, expones. Te burlas de cada suspiro que robas, de cada mirada desesperada. Te ríes sonoramente de las demás mujeres, a las que haces rabiar.

  Coqueta, hermosa, exuberante.

Poesía, marea y caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora