- ¡Hasta mañana, Kakashi-Sensei!- me despedí, trotando hacia el bosque cercano a Konoha, sacudiendo la mano en dirección a mi sensei.
Pasé por el orfanato a dejar mi mochila con las cosas de entrenamiento, antes de saltar sobre los techos para irme al bosque, con una barra de pan y trozos de jamón y queso (no, no iba de picnic XD).
Aterricé en el claro más cercano y me senté a la sombra del árbol donde años atrás había tallado con un kunai una A de Akari, y me puse a silbar una canción popular hasta que llegaron mis amigos. Se pusieron a ladrar contentos antes de arremolinarse en torno a mi cuerpo, gimiendo contentos y mirando golosos la comida que les había traído. Reí.
- Sólo me queréis por la comida- hice un puchero y fingí estar llorando, a lo que el macho alfa ladró molesto y me lamió la cara. Volví a reír y les fui dando de comer lo que había llevado, y a medida que se iban llenando lo justo se iban acostando sobre mis piernas y apoyando sus cabezas en mi regazo.
Mi rutina era inalterable: me levantaba por la mañana, desayunaba con Akemi, me iba a entrenar con Kakashi al campo de entrenamiento para individuales de Konoha, me iba a descansar al bosque con "mi" manada de lobos, luego iba con Sasuke el resto de la tarde y finalmente regresaba al orfanato bien entrada la noche.
Así había sido desde que había tenido permiso para salir sola del orfanato. A mis dieciséis años y medio, no me cansaba de eso. Al fin y al cabo, era mi vida. Yo decidía cómo llevarla.
En la manada de lobos habían claras diferencias: el macho alfa era negro, por lo que le llamaba Kuromaru, y los demás eran tres lobos pardos a los que llamaba Kiramaru por igual, cuatro hembras blancas y grises a las que llamaba Shiromaru por igual, y dos cachorros a los que llamaba Maru por igual. Uno de los lobeznos era mezclado entre negro y blanco, y el otro era entre gris y marrón. Eran preciosos.
En cuanto a mí, no había mucho de extraordinario salvo mis ojos, ya que son de un brillante color verde jade, como si fueran los de un demonio. Mi cabello es negro, lacio y largo hasta los lumbares. Era algo bajita, de unos 1'62 metros, bastante pequeña para mi edad. A pesar de eso, no podía decir que mis pechos y mis curvas fueran más pequeños que los de las demás chicas de mi edad.
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- Podríamos irnos a Río de Janeiro algún día, mira lo que te digo- bromeó Sasuke, golpeándome en broma y esperando a que se la devolviera, cosa a la que no tuvo que esperar mucho.
- O al Bronx. Vamos allí y los destrozamos juntos- chocamos las manos, sentándonos en el porche del terreno trasero de su casa, al mismo tiempo que apagábamos la música que recién habíamos bailado y Mikoto llegaba con una bandeja de dangos y chocolate caliente.
- ¿Quiénes se van a ir al Bronx?- enarcó una ceja divertida-. Porque no os dejo.
- Pero mamá, admite que somos los amos del baile- protestó Sasuke, cogiendo su taza de chocolate y dándole un sorbo. Me encantaban las comidas que preparaba la madre de mi mejor amigo fuera del orfanato.
- Eso sí que no puedo negarlo- rio antes de irse dentro.
- Algún día, el mundo nos descubrirá- sonreí mirando al cielo.
- ¿Tú nunca te cansas de sonreír o qué? Te van a salir arrugas antes de hacerte vieja.
- No. Es que no tengo motivos para estar triste, a pesar de que no haya nacido lo que se dice en buenas condiciones...- suspiré-. A veces me pregunto cómo habría vivido si mis padres no hubiesen ido a esa misión.
- No habrías conocido a Akemi- puntualizó el azabache, con un bigote de chocolate adornando su rostro. Reí, tomé una servilleta y me serví de la dulzura del chocolate para que el papel se le quedara pegado en la cara-. ¡Oye!
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Silencio, pequeña, silencio...
FanficSi preguntas, nadie en toda Konoha sería capaz de decirte algo que turbe la alegría y la paz de Akari. Como su nombre dice, ella es la luz, la luz que ilumina el orfanato donde vive desde que nació. Eso va a cambiar: le falta año y medio para irse...