#7: Desesperación al límite

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Miré hacia abajo de nuevo.

Las olas rompían ruidosamente contra el acantilado, llevando ayudadas por el viento frías y saladas gotas marinas hasta mi rostro inundado en lágrimas. Las rocas afiladas al pie del abismo parecían llamarme, incitándome a caer sobre ellas e impregnarlas con mi sangre, mis ropas y mis entrañas. 

Pero algo me impedía dejar el pie en el aire para inclinarme y morir de una vez. Un sentimiento cercano a la culpa me estrujaba el corazón y mordía mi alma, rodeando a distancia mi cuerpo con sus brazos en un extraño abrazo para no permitir que me suicidara. 

Dos lobos peleaban en mi interior: uno, era calmado y sereno, lleno de bondad y paciencia. El otro, peligroso y activo, sediento de sangre y sufrimiento. El sensato arriesgaba su vida para tratar de hacer entrar en razón al precipitado, quien se negaba a cooperar. 

Así me sentía yo. Literalmente, balanceándome en el borde del acantilado, no sabía si caer o permanecer. El lobo sensato era el que intentaba tirarme, y el precipitado, alejarme de la muerte. El sentido común me decía que debía morir si quería mantener a salvo a Konoha y a sus habitantes, a Akemi, Sora, Sasori y Sasuke. Y el hambre de poder, me trataba de camelar como un coyote a una gallina para retenerme en la aldea que me creó, en la villa que hizo nacer semejante monstruo. Hacerles pagar por lo que me habían hecho al crearme con fines bélicos y como un simple experimento me atraía de vuelta a las gentes que me habían mentido tanto tiempo.

- ¡Akari, ni se te ocurra mover un dedo!- esa suave voz que interrumpía mis pensamientos, mis cavilaciones de vida o muerte, me obligó a girar bruscamente y ver un pequeño grupo de gente conocida: el que había hablado, Sasori. Acompañado de Sasuke, Akemi, Mikoto, Fugaku, Itachi y Deidara. Miré a los dos últimos con odio, siendo consciente de que tenía el Sharingan activado.

- No tenéis nada que hacer aquí- dije secamente, apretando los puños y volviendo a mirar hacia el abismo.

- Akari, por favor, escúchame- suplicó Sasuke, avanzando lentamente seguido por los demás-. Cuando te conocí, yo ya sabía cómo eras, lo que podías llegar a hacer. Pero me dio igual, y quise ser tu amigo.

- ¿Qué pretendes decir con eso?- apreté los dientes, oyendo piedrecitas golpeadas por mi talones cayendo al mar.

- Que a nadie le importa que seas así- intervino Mikoto, con un tono de gran preocupación-. No nos importa en absoluto cómo eres, nos basta con saber que tú sientes el mismo aprecio por nosotros.

- Me sorprende que te atrevas a decir eso, Mikoto- repliqué duramente, con la barbilla en alto en un gesto de desaprobación-. Un experimento como yo no puede sentir nada. No sé ni cómo he podido sentir el dolor desde que tu querido hijo mayor y su panda de imbéciles me violaron.

Hubo un pequeño silencio incómodo, en el que Itachi y Deidara se detuvieron y bajaron las cabezas, culpables. Suspiré pesadamente, abriendo los brazos como una estatua de Jesucristo y sonriendo de lado, melancólicamente.

- Es un placer haberos conocido. 

Retrocedí un paso, sintiendo el golpe de viento en mi pie, y poco a poco vi cómo todo se tambaleaba y se daba vuelta...

No. Nada estaba dado vuelta.

Era sólo yo la que caía al vacío, con los gritos de Sasori y Akemi al borde del acantilado, medio ensordecidos por la fuerza del viento que golpeaba mis oídos. Luego... 

Un golpe seco.

Varios huesos quebrados.

Un fuerte dolor de cabeza.

La sangre escapándose a chorros.

Mi cuerpo agujereado y deformado.

Mi ropa destrozada.

Mi piel rasgada y abierta.

Mi sangre manchando todas las rocas en derredor y tiñendo el agua de un oscuro carmesí.

Mi corazón apagándose lentamente, como una vela sin cera.

Finalmente, todo se quedó negro...

(En la foto, referencia al acantilado desde donde se suicidó Akari)

Y no os preocupéis que aún falta el último capi. Sé que es corto, pero ya es el final.

Silencio, pequeña, silencio...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora