- ¿Akari?- llamó la vocecita de Akemi a la mañana siguiente.
Asomó su cabecita por el marco de la puerta y miró hacia mi cama, corriendo después a darme un abrazo al verme allí.
- ¿Por qué no bajas?
- No estoy bien, peque- forcé una sonrisa. No quería ni moverme para que la niña no se diera cuenta de lo demacrada que estaba-. Espero ponerme bien pronto, pero me temo que no podré bajar a desayunar contigo, mi amor. Lo siento mucho.
- No pasa nada, comeré y luego vendré y me quedaré contigo- sonrió, trotando alegremente hacia la planta baja junto con los demás niños.
Solté el aire retenido, apretando los dientes al mover mi cuerpo para evitar que el sol me diera en los ojos.
- He visto a Akari sola abajo, y me ha dicho que estás mala- interrumpió al cabo de unos pocos segundos la voz de una de las cuidadoras del orfanato-. ¿Tienes fiebre, mareos?
- Fiebre, y no puedo moverme- sollocé-. Me duele todo.
- Iré a por una pastilla- se apresuró ella, marchándose de mi habitación para volver en menos de un minuto-. Aquí tienes.
Me quería matar al intentar sentarme. No podía. Las piernas llenas de cardenales junto con el resto del cuerpo, y el insistente ardor de mi entrepierna... Simplemente me quería morir.
- ¿Anoche llegaste tarde? ¿Te pasó algo?- preguntó la chica mientras me tomaba la pastilla a duras penas.
- Llegué tarde, se me echaron las horas encima y ni me enteré. Pero no pasó nada fuera de lo normal- forcé una sonrisa para tratar de disimular mi dolor.
- Ah, pues entonc... ¡Akari! ¡Estás llena de cardenales!
- Me tropecé corriendo por los tejados anoche y me caí, no es nada- le resté importancia, empezando a ponerme nerviosa por si descubría la verdad-. Un resbalón tonto, nada más.
- ¿Y ese morado en el ojo?
- Ya te lo he dicho, he tropezado- insistí, sonriendo nerviosa.
- De acuerdo- suspiró ella, rindiéndose-. Te dejaré descansar. La pastilla no tardará mucho en actuar, tan sólo espera diez minutos y verás cómo enseguida te recuperas. La próxima vez, no tengas tanta prisa por volver- rio. La imité, poniéndome seria de golpe en cuanto se fue de allí.
Qué poco había faltado.
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- ¿Te encuentras bien, Akari-Sama?- saltó Akemi en cuanto me vio aparecer en el salón, donde todo Dios se puso a preguntarme qué diantres me había pasado. Tuve que repetir la "historia" tropecientas veces hasta que todos supieron lo "sucedido".
- Sí, cielo, por suerte se me ha pasado- sonreí, cogiéndola en brazos y dándole un beso en la mejilla antes de bajarla de nuevo.
Los dolores habían desaparecido, pero no podía ejercer presión en ninguna zona dañada ya que si no volvería a dolerme. Y al haber agarrado a Akemi, recordé ese pequeñísimo detalle.
Desde que había llegado al salón donde algunos estábamos jugando y otros viendo la televisión, alcé la cabeza al ver que dos miembros de ANBU entraban a la casa con un bebé berreando en sus brazos a pleno pulmón. Tres cuidadoras atendieron de inmediato al pequeño llorón, el cual debía de tener apenas 4 meses de vida. La manta azul en la que venía, además de denotar que era un niño, estaba cubierta de sangre. Todos nos alteramos al ver aquello.
- ¿Qué ha pasado?- quiso saber la dueña del orfanato.
- Unos terroristas han hecho reventar un pueblecito a las afueras de aquí, sólo se salvó este pequeño. Tenía el cuerpo de los padres cubriéndolo y por eso la sangre. No quedó nada- explicó uno de los ANBU-. Creemos que puede estar tocado psicológicamente por el efecto de las bombas.
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Silencio, pequeña, silencio...
FanfictionSi preguntas, nadie en toda Konoha sería capaz de decirte algo que turbe la alegría y la paz de Akari. Como su nombre dice, ella es la luz, la luz que ilumina el orfanato donde vive desde que nació. Eso va a cambiar: le falta año y medio para irse...