Parte 5. Navegando en Aguas Misteriosas

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Las puertas del castillo aparecieron ante ellos.

Recordaba que antes atravesaba esas puertas sintiéndose protegido por las pesadas piedras. Recordaba los momentos donde corría detrás de Jace o Isabelle para evitar que hicieran algo estúpido. Recordó el eco de sus risas sobre las paredes. Recordó crecer asistiendo a las interminables juntas con su padre, aprendiendo a ser un rey. Recordaba haber ayudado a Isabelle a escapar de las lecciones de música hasta que sus padres se rindieron con ello. Recordaba los entrenamientos con Hodge en el patio del castillo.

Recordaba que hace un año atrás, ese lugar se había sentido como un hogar. Ahora se sentían como un extraño caminando entre sus pasillos mientras era jalado rudamente por Hodge hacia la sala Real.

Ahí, sentado en el trono, estaba Sebastián, sonriendo maliciosamente. Al ver a Hodge arrastrando a Alexander, este se enderezó.

– Alexander, – Sebastián exclamó, en un tono tan alegre que Alec sintió unas horribles ganas de golpearlo. – Que bueno que al fin decidieras unírtenos. –

– Hubiera venido antes, pero la verdad es que no me agradas ni un poco, – soltó agriamente.

Sebastián chasqueó la lengua. – Oh, no seas así, – dijo, moviendo la mano como si no le hubiera ofendido. Estaba usando el anillo de los Morgenstern de forma orgullosa y la corona del rey.

En un rápido movimiento se puso de pie, cortando la distancia entre ellos. Tomó la barbilla de Alec entre sus manos, de forma ruda, forzándole a alzar la mirada para que pudiera ver las heridas en su rostro.

– Eso debió doler, – Sebastián hizo caras. – Lamento que tuviéramos que llegar a esto. –

Alec no contestó, solo le veía con irritación.

– ¿Dónde están sus acompañantes? – Sebastián preguntó, dirigiéndose a Hodge.

– No estoy seguro, – Hodge dijo. – Pelé contra el pirata y lo dejé herido, pero no estoy seguro si lo maté. Sir Jonathan estaba dormido cuando encontré a Alexander. –

Sebastián lo pensó por un momento. – No importa, – dijo al final. – Alexander está aquí ahora, finalmente en el castillo. –

– Dame una espada y estaré más que feliz de arreglar cuentas contigo, – Alec soltó, intentando liberarse del agarre de Sebastián. El simple toque le hacía sentir enfermo.

Sebastián soltó una carcajada, volviendo hacía el trono. Ahí se inclinó para tomar algo y el aliento de Alec quedó atorado en su garganta.

– ¿Te refieres a esta espada? – preguntó Sebastián, mordazmente.

La malicia de su mirada igualaba al placer que parecía estar sintiendo al provocar a Alec. La espada en sus manos era la que Alec había dejado en su barco, porque sentía que no la merecía. Pero al ver a Sebastián sostenerla, le hizo cambiar de parecer.

– Esa espada no te pertenece, traidor, – Alec soltó. – Ni la corona en tu cabeza. Aunque hayas asesinado a mi padre, yo soy el legítimo Rey. –

– Ja, – Sebastián soltó mordazmente. – Todos sabemos que serías un asco como Rey, aun más viendo tu... estilo de vida. ¿Fugarte con un pirata? Alexander, deberías ser más inteligente. Tu padre debió de haber sido más inteligente antes de dejar que degradaras la corona. –

– Jódete, – Alec gruñó. Respirando, tratando de tranquilizarse. – Quiero ver a mis hermanos. –

Sebastián fingió pensar de nuevo, pero esta vez aun más malvado que antes.

A Pirate's Life For Me (Malec)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora