VI. Lencería

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La mañana siguiente, Edward llegó más temprano hasta la puerta de Ling. No había dormido para nada bien. Pocas veces tenía pesadillas, pero ahora eran más frecuentes y en todas, el único protagonista era Roy Mustang. Pues ya tenía un rostro para él y una imagen imponente que le recordara a cada momento lo titánica de su tarea.

Ling ordenó que Fu, uno de sus sirvientes, recibiera al rubio y lo guiara hasta el comedor, en donde lo sorprendió ya instalado en él, disfrutando de un café caliente y con el desayuno recién servido. Edward nunca iba a dejar de impresionarse por la cantidad de comida dispuesta tan sólo para ellos dos, aunque claro, era el propio Ling quien terminaba comiendo la mayor parte de todo aquello. Mas no podía ni quería quejarse, porque a pesar de que Ling se había obsesionado un poco con cuidarle la alimentación, las porciones eran muchísimo mayores y equilibradas a lo que él estaba acostumbrado a consumir. Por breves momentos se encontró pensando en su hermanito y en lo mucho que le gustaría poder compartir algún día, un desayuno de esos con él.

—¿Sucede algo lindura?

—Edith, ¿recuerdas? —Corrigió y ocupó su lugar en la mesa, como lo habían practicado miles de veces el día anterior.

Ling observó cómo se acomodó la servilleta en las piernas, esperando pacientemente a que Lan Fan le sirviera. Sonrió ampliamente cuando el rubio tomó los cubiertos despacio y se llevó a la boca pequeños trozos de fruta.

—¿No vas a decir nada? Es raro que todavía no hayas estrellado tu molesto abanico en mi cabeza —dijo en cuanto se percató del especial análisis a sus movimientos.

—Querida, el día es joven, así que no cantes victoria todavía. Mas déjame felicitarte porque a excepción de esas ojeras, veo que todo va muy bien.

El muchacho, lejos de sentirse confiado. Tan sólo pensó en si debería contarle al tipo sobre Alphonse y lo que significaría para él un fracaso de su parte. A veces, necesitaba sentirse liberado de todo el peso de sus preocupaciones. Pero con el tiempo encima, la prioridad en esos momentos era: su preparación.

Luego, todo continuó en completo silencio, porque de los labios de Edward no salió nada más y Ling, no quiso ser inoportuno; era evidente que algo le estaba preocupado al chico, la mala noche reflejada en su rostro claramente se lo decía. Sin embargo, no inició un interrogatorio como comúnmente lo hubiera hecho. Cuando el desayuno concluyó, tan sólo lo condujo por un pasillo bien iluminado que guardaba celosamente una puerta dorada que tardó poco tiempo en ser abierta.

Cada habitación nueva que el rubio encontraba en aquel lugar era hermosa y de hecho parecía que las sorpresas nunca iban a terminarse. Un salón precioso adornado en ricos colores dorados y azules, era lo que Edward admiraba cuando Ling le llamó— estos son tacón diez y el vestido está en el cambiador, Edith.

—¿Vestido? Creí que la minifalda era de uso reglamentario.

—Así es, querida, pero hoy... —apresurándose a encender el equipo de sonido con su control remoto y haciendo una reverencia ante Edward, Ling completó—, bailaremos.

Minutos después, un largo vestido de caída suave y estampado floral, sencillo, pero lo suficiente amplio como para permitirle mover las piernas con libertad, era lo que Edward admiraba en el espejo. Había terminado de ponerse las zapatillas y tan sólo faltaba tirar de su coleta para que su dorada cabellera cayera sobre sus hombros y Edith apareciera.

Asombrado, el oriental no pudo evitar llevarse las manos a la boca cuando vio a la "chica" salir del mismo lugar de donde antes entrara un fachoso muchacho de oscuro pantalón y sudadera con capucha.

Mi verdadero nombre es EdwardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora