XIII. La suerte que tienes

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Ling tenía la esperanza de que el vestido no le quedara a Edward y así pudiera al fin desistir de la idea de usarlo, pero la tela se había amoldado a su pequeña figura casi como una segunda piel, sólo tuvo que ajustar un poco para que el largo quedara perfecto, por suerte las suaves y finas plumas que decoraban la parte de abajo evitarían que sus improvisadas puntadas pudiera notarse. Apenas terminaba el dobladillo cuando el rubio volvió del hospital.

Ver a Alphonse siempre le hacía reafirmar su compromiso, así que sin lugar a quejas, nuevamente el muchacho pasó por todo el ritual de belleza que incluía en esta ocasión: adhesivos especiales para sus partes íntimas. Siendo el de abajo el que más le sorprendiera al hacerle lucir completamente plano. Bueno, no es que fuera muy grande tampoco y ese detalle ayudaba bastante.

—"Montarse" siempre es un poco doloroso y hacerlo de esta manera, sin la panti especial, me temo que lo será más —comentó preocupado Ling ante el ceño fruncido que Edward mantenía mientras le colocaba el adhesivo—, tampoco podrás ir al baño hasta que todo termine.

Edward observó su reflejo en el espejo: prácticamente desnudo, con los zapatos de tacón, maquillado y peinado como chica. Los adhesivos de silicona que Ling colocó en sus senos le aportaban algo de forma y la plana "conchita" que había conseguido abajo, tenía que bastar para dejar convencido a Mustang de que era una mujer, no podía permitirse el ser descubierto a esas alturas. Tenía que devolver el dinero del préstamo y si todo el teatro se caía, dudaba que pudiera hacerlo. Buscaría el rechazo de Mustang, sí. Pero éste tenía que venir por otros motivos y no por su verdadera identidad.

—Está bien, creo poder soportarlo. Después de todo, soy yo quien se ha empeñado en usar este vestido que no admite el uso de ropa de interior —y con menos pudor que las primeras ocasiones, levantó los brazos para que Ling deslizara poco a poco el vestido sobre su cuerpo.

—¡Todavía no me puedo creer que hayas despreciado a Roy Mustang! —comentó casual el de Xing mientras le acomodaba la prenda.

—Sólo le dije que no...

—Eso querida es un desprecio, no importa cómo lo justifiques —interrumpió el otro señalando a Edward con el índice— y mira la suerte que tienes. Con todo y tus desprecios él insiste en volver a verte.

—¿Suerte? —bufó— ¿Cuál suerte? Estoy metido en un gran problema con ese tipo.

—Trata de verlo de otro modo, de buscar la luz en la penumbra. Él no es cualquier tipo...

Claro que no es cualquier tipo, él es Roy Mustang, todo un rey en su castillo y yo... un simple peón en su tablero —el deje de tristeza en su voz no pudo pasar desapercibido para Ling—. Todavía no sé cómo es que pude engañarlo la primera vez, pero ahora más que nunca debo mantener esta farsa —admitió, mientras trataba de explicarse el por qué su aflicción le divertía tanto al oriental, quien había dibujado una amplia sonrisa en los labios al terminar de acomodarle el vestido y se había llevado una mano a la boca para evaluarle.

El pequeño ya caracterizado de Edith nuevamente se veía muy bien, y aunque seguía pensando que ese diseño no era para la ocasión, Ling era demasiado bueno en su trabajo y lograría enseguida devolverle los ánimos al chico con el siguiente comentario que hiciera—. No sólo lograste engañarlo, lo enganchaste, y justo como luces ahora, lo vas a matar.

El brillo en los ojos de Ling, tenía un perfecto motivo y es que el mismo Edward se miraba y no se reconocía, pues de la presa asustada que había conocido Mustang nada quedaba. En su lugar sólo podía ver a una audaz y joven mujer, segura de sí misma y dispuesta a contratacar con ese atuendo que no dejaba nada a la imaginación; tan sólo esperaba que sirviera bien para su primer propósito.

Mi verdadero nombre es EdwardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora