Arlet se fue corriendo torpemente al jardín de la mansión. Se sentía mareada al estar en un lugar tan grande y con tanta gente.
Su madre le había dicho que fuera a la fiesta a conocer gente y a conseguir novio, pero Arlet no se sentía preparada. Miró a la gente que estaba en el interior: caballeros y doncellas con hermosos trajes y grandes joyas bailando al son de la música. Se veía tan lejano e irreal...
Pero ella quería estar ahí. Estar de verdad. Deseaba poder hablar con todo el mundo con tranquilidad y modales. Deseaba poder actuar como esas chicas que llevaban esos vestidos y peinados y que se comportaban siempre de maravilla sin sentirse fatigada. Deseaba poder conocer a su príncipe azul y bailar con él toda la noche. Incluso aunque no fuera su príncipe. Simplemente un chico con el que bailar.
Pero no podía. Había algo en ese lugar que la hacía sentir como si nada existiera, como si realmente esa casa no existiera, o todo fuera una alucinación. Y no era en el buen sentido. Además, aunque se sintiera cómoda, estaba claro que nadie le iba a hacer caso.
Se dio la vuelta y miró el jardín. Era bastante bello. Había una gran fuente y muchos arbustos con formas de animales. El color que predominaba en el lugar era el verde. Un verde muy reconfortante, a decir verdad. Era un tipo de verde que tu ves y te da calma, tranquilidad, alegría. Es algo extraño que un color pueda dar ese tipo de sensaciones, pero eso es lo que sintió Arlet, por lo menos.
También había un cuarteto de instrumentos de cuerda frotada. Uno tenía un violín, otro una viola, otro un violonchelo y por último un contrabajo. Tocaban una melodía triste y amarga, la cual no conjuntaba con el paisaje. Arlet se acercó a ellos y les dijo:
-Perdonen, ¿podrían tocar una canción un poco más alegre?
Los cuatro músicos se miraron entre ellos, luego miraron a Arlet y el que tocaba el violín encogió los hombros.
-Vale-dijo él, y el cuarteto comenzó a tocar.
La melodía era mucho más alegre y marchosa. Sonaba igual a una melodía que se podría haber tocado como mínimo hace cinco siglos en un bar de la época. Te daban ganas de dar vueltas, de mover los pies y simplemente dejarse llevar por el ritmo. Y eso hizo Arlet, mientras cantaba una canción que se iba inventando sobre la marcha, la cual decía:
Yo hoy querría bailar
con un hombre guapo que me pueda amar.
Necesito una compañía
que me coja en brazos y me haga soñar.
Yo me siento muy sola.
No tengo a nadie
que me acompañe.
Yo me siento muy sola.
¡Así que acércate a mi!
Esta noche podríamos llegar a volar.
Simplemente sigue el ritmo conmigo.
No tienes porqué ser tímido
que aquí solo estamos los dos.
En ese momento Arlet paró de bailar. Los pies le dolían y le ardían las mejillas. Respiró profundamente y sonrió.
-Que grandes movimientos de baile.
Arlet se sobresaltó y miró en dirección a donde se escuchó la voz. Era Leire, una amiga suya. Su sedoso pelo rubio que le llegaba por la cintura estaba tapándole un poco sus brillantes ojos marrones. Llevaba una camiseta azul y un pantalón añil, algo típico de ella; aunque en ese entorno era algo extraño, ya que todas las chicas llevaban vestidos o faldas. Incluso Arlet llevaba uno, aunque fuera algo simple. Tenía una pose campechana, y sonreía con picardía.
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Alguien con quien bailar
RomantizmArlet quería bailar con un hermoso muchacho aquella noche, pero Leire tiene otros planes.