Como príncipe, Gilgamesh se aseguraba de cumplir diligentemente sus deberes e incluso aquellos que fácilmente podrían ser delegados a sus sirvientes. Él no tenía necesidad de ayudar en los establos, en la cocina o en la lavandería, sin embargo, lo hacía de buena fe debido a que su madre le había inculcado el valor del trabajo duro y él no hallaba mayor placer que ver el rostro agradecido de sus súbditos luego de brindarles su ayuda, aunque fuera para las tareas más sencillas.
Fue extraño para varios sirvientes no ver al príncipe cumpliendo sus rutinas habituales, sin embargo, rápidamente se extendió por el castillo el motivo de la ausencia de su ayuda habitual. El incidente en el bosque no había tardado en expandirse por toda la ciudad, nuevamente se alababa el valor y la destreza del joven príncipe al enfrentarse a los famosos asesinos de elite que provenían de las lejanas tierras del sureste. Por supuesto que también se habló del valiente niño que le había brindado su ayuda al príncipe y el cómo sin dudarlo se había jugado la vida protegiendo a Gilgamesh de un ataque mortal que lo había dejado gravemente herido. Una vez estando al tanto de la precaria situación del misterioso espadachín, era normal suponer que, el príncipe, preocupado por el estado de su benefactor, se encontraba cuidándolo.
Si bien muchas historias habían sido escuchadas acerca de Saber, no todos conocían su apariencia, por lo que nadie más que los involucrados lograron identificar al salvador del príncipe como aquel espadachín del que tanto se hablaba más al norte del país. La rubia no ansiaba la gloria o riquezas, sus deseos eran simplemente ayudar a todo aquel que necesitara su ayuda mientras vagaba sin rumbo fijo a un destino inserto. Siendo sincera consigo misma, Arturia no podía explicar el porqué de sus propias acciones, tal vez en el fondo solo buscaba un lugar en el cual fuera aceptada no como Saber si no como Lily.
—¿Has logrado descansar plácidamente? ¿Cómo te sientes el día de hoy? —preguntó el joven príncipe.
Arturia se encontraba mirando al horizonte sentada a lado de la ventana dejando que sus cabellos fueran movidos por el caprichoso viento que suavemente soplaba en su dirección. Gilgamesh no pudo evitar acercarse a donde estaba la chica siguiendo su mirada para tratar de descubrir que era lo que tenía tan distraída a su invitada.
—Me siento mucho mejor, gracias por preocuparse su majestad. —habló ella con delicadeza sin girar su mirada.
Hubo un momento de silencio que de ninguna manera resulto incomodó para ninguno de los dos, Saber no era de hablar mucho, Gilgamesh se había dado cuenta porque durante esos días de estarla cuidando ella trata de conversar con él lo menos posible, como si no supiera con que temas abordarlo o temiendo decir algo fuera de lugar que él considerase un agravio.
—Pensé que preguntarías el motivo por el cual fingí ser un chico—habló ella repentinamente.
Llevaba poco tiempo de conocerla, pero el joven príncipe ya se había acostumbrado a su manera de dirigirse a él, aunque ella no lo hiciera muy a menudo. Su voz era tan dulce y amable que evocaba en el príncipe querer escucharla continuamente y ese era uno de los grandes motivos por los cuales había dejado sus deberes a un lado para cuidar de ella. Trataba de hacerla sentir cómoda y hablar más, por eso conversaba tanto como podía tratando de propiciar sus respuestas. Su presencia de alguna forma le era refrescante, había algo especial en Saber y no solo era el hecho de que hubiera ocultado su género o su destreza en batalla, había algo más que él simplemente no podía diferenciar, como si ella ocultase un secreto más grande.
—Para ser sincero me genera mucha curiosidad, pero pensé que era de ese tipo de cosas de las que preferías no hablar, no deseo inmiscuirme en los secretos de una doncella—dijo con sinceridad pues desde un inicio parecía haberse estado esforzando por ocultar que en realidad era una chica—Por lo que he escuchado de ti puedo darme una idea de tus motivos, si son o no correctos prefiero que me los comentes llegado el momento.
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Sortilegio
RomanceSin que nadie lo supiera la historia estaba destinada a repetirse. Una y otra y otra vez los caprichos de esa entidad marcaban el destino de dos personas. Ellos estaban predestinados a pelear y matarse el uno al otro, como el héroe y la bruja de una...