Epilogo

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Sortilegio Epilogo

La oscuridad de la noche se extendía por las dunas de aquel desierto mientras el viento soplaba con parsimonia. Solo una débil luz era visible a lo lejos y tres sombras rodeaban aquella pequeña fogata. La temperatura parece descender más a cada segundo que pasaba, pero sinceramente, ese no representaba gran problema para las viajeras que habían sido azotadas por los inviernos más crudos jamás vividos en el mundo.

De cabellos rubios y ojos verdes, con una presencia tan calda como encantadora, la duquesa Germanicus se encontraba inclinada ante su sacrosanta reina. Arturia Pendragon, legitima gobernante de Nilonia, con porte digno e intimidante se encontraba frente a su amiga, extendiendo el dedo anular de su mano derecha dejo caer una gota de sangre sobre la cabeza de Nero y la mujer fue envuelta en un cálido brillo que duro poco más de unos segundos.

—Con esto el contrato ha sido reestablecido—diciendo aquello dio por terminada la improvisada ceremonia.

La duquesa se puso de pie.

—Ya solo falta que restablezcas el contrato con Chevalier y Astolfo, no imagine que la conexión se rompería en estos días—suspiró cruzándose de brazos—A estas alturas ¿Aun tienes dudas?

El rostro de la reina solía mantenerse bastante sereno, pero tanto Mordred como Nero habían convivido tanto con ella, que podían darse leerla como a un libro tan solo al mirarla a los ojos.

—No, para nada.

Había sucedido tan solo un par de meses luego de que Mordred fuera nombrada duquesa de los Pendragon, una pequeña facción del clan que antes estaba bajo el mando de Morgana, trataron de asesinar a la susodicha hiriéndola de gravedad al tenderle una emboscada. La muerte de la rubia era inminente ni siquiera Florence habría podido salvarla. Fue solo entonces cuando Merlín explicó a la reina la única vía de salvación para su leal subordinada.

—Puedes llamarlo un contrato, pero en realidad es una maldición. Mas específicamente, un derivado de la maldición que mató a Gilgamesh. —aun hoy en día las palabras del mago resonaban en la cabeza de Arturia cada vez que reestablecía el contrato.

Era un maleficio bastante simple, a decir verdad. Por medio de un juramento de sangre se establecía una conexión entre el contratista y el subordinado privando a si a la parte contratada de la muerte y de su libertad. Aquellos bajo el "contrato" estaban obligados a obedecer las órdenes del contratista y eran incapaces de morir a menos que este perdiera la vida.

Trescientos años habían pasado desde entonces, debido a su linaje de dragón, Arturia Pendragon estaba destinada a una vida longeva, Modred, Chevalier, Nero y Astolfo debían haber muerto muchos años atrás, pero era gracias al contrato que aún se mantenían con vida, aunque tenía que ser renovado aproximadamente cada 100 años.

—Lo mejor será dormir un par de horas y movernos antes del amanecer, si tenemos suerte encontraremos un oasis antes de que el sol alcance su punto más alto por la mañana—la reina comento solemne.

—Cuando regresemos a la capital ¡Voy a patear el trasero de Merlín! —Mordred declaró sumamente disgustada—¡Esta debe ser otra de sus jugarretas! Llevamos tres días vagando en el desierto y no hay señales residuos de corrupción por ningún lado.

—Tranquilízate—ordenó Saber con voz calma—Ciertamente a veces Merlin hace este tipo de jugarretas, pero nunca nos envía a algún lugar sin que haya un propósito, nuestra presencia aquí debe tener algún significado.

A través de sus años como regidora, Arturia había entendido que el Grand Caster era una persona misteriosa, de un espíritu libre y juguetón que gozaba de hacer bromas. En más de una ocasión Merlín la había hecho víctima de sus innumerables acertijos, jugarretas y bromas, pero siempre con el fin de hacerle aprender una lección o ver algo que no había sido capaz de observar.

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