CAPÍTULO 7.

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Afortunada o desafortunadamente, pude volver a quedarme dormido... Y volví a soñar: ésta vez, la escena estaba situada en el funeral de mi madre.

>Flashback<

Recuerdo que mi padre había rentado en una de las funerarias más grandes de la Ciudad de México. El cuarto estaba repleto por gente; más desconocida que conocida.

Bajé la mirada, y llevaba puesto un traje negro, con una camisa y corbata negras, así como los zapatos. Mi padre estaba parado al lado del féretro de mi mamá, platicando con mis abuelos que no dejaban de llorar.

A donde mirara, sólo podía ver rostros desconocidos y fotografías de mi madre, cuando aún estaba sana.

"Joel... Joel".

Una pequeña mariposa apareció de la nada. Voló unos segundos por toda la habitación, yo no podía apartar la mirada de ella... Era una mariposa monarca preciosa.

Me levanté de la pequeña silla donde me habían puesto a colorear para distraerme, dejé a un lado el libro donde lo único que tenía eran rayas por todos lados.

La mariposa fue descendiendo un poco y bajando la velocidad de su vuelo, para finalmente pararse en el féretro marrón. No dejaba de mover sus hermosas y grandes alas color naranja con negro y lunares blancos.

"Quémalo... ¡QUEMA TODO!"

Cuando nadie veía, me acerqué al féretro y lo abrí. Pude ver el pálido y delgado rostro de mi madre. O al menos de la que alguna vez lo fue... Antes de que el cáncer terminara con ella.

Ya no tenía ni un solo pelo en el cráneo, ni tampoco en las cejas y tenía unas ojeras negras y profundas como la noche. Sus pequeñas y muchas, muchas pecas, seguían ahí, aunque más claras. Aún recordaba cada detalle de esa vez -la última vez que la vi-.

"Joel... Joel"

Salí de allí, aún sin que nadie me viera y me dirigí a un garaje que tenía la funeraria y había visto al llegar al lugar. Afortunadamente, la puerta estaba abierta y pude entrar sin problema. Estaba repleto de herramientas y cosas básicas de un garaje.

Bingo, pensé, cuando vi una botella roja, como las típicas que se ven en las películas con gasolina en el interior. Lo cual corroboré, al colocar mi nariz a unos centímetros de ella, y el olor invadió mis fosas nasales.

Cerré aquel garaje y regresé al funeral de mi difunta madre. Me acerqué a mi padre, que ahora hablaba con uno de los tantos desconocidos invitados. Me coloqué a su lado, y vi su bolsillo cerca de mí; porque con mi estatura apenas llegaba a la cadera de mi alto padre.

Saqué su billetera, y busqué desesperadamente la caja de cerillos que sabía siempre cargaba con él. Cuando encontré la pequeña caja con un diablillo de ilustración, la tomé y guardé la billetera a donde pertenecía.

Al parecer, mi padre sintió algo porque me volteó a ver inmediatamente y dijo unas palabras que no entendí.

"Quema todo" -escuché, en vez de lo que mi papá me había dicho.

Abracé a mi padre, y él me supo corresponder muy bien al cargarme en sus brazos. Fue un abrazo como nunca nos lo habíamos dado. Cerré mis ojos y los apreté fuertemente... En verdad disfruté ese momento.

Cuando abrí los ojos, mi madre estaba sentada dentro de la caja marrón. Sus ojos penetraron en mí, pero no eran los ojos verdes que yo conocía de toda la vida. Sus ojos eran completamente negros, no se podía ni siquiera distinguir la esclerótica -que es blanca-, su pupila ni su iris. Todo su ojo era negro. TODO.

Me separé de mi papá y él me regresó al suelo, yo no podía apartar la mirada de mi madre. Estaba asustado.

- Buenas noches a todos. -dijo en voz alta una señora esbelta con el cabello completamente blanco por las canas- Les pido de favor que se acerquen para comenzar el Rosario en honor a la señora Gabriela Góngora.

"Ahora es el momento, Joel".

Creí que mi madre me había vuelto a hablar, pero cuando volteé a ver el lugar donde la vi sentada, resultó que ella estaba de nuevo acostada dentro... Muerta.

Mientras toda la gente se acercaba a la canosa formando un círculo, yo comenzaba a rociar la gasolina por toda la habitación, rodeando a la gente completamente. Cuando terminé de rociar ahí, salí y en la calle de la funeraria también rodeé el edificio con el líquido.

Y finalmente, prendí un cerillo.

Debo reconocer, que para ser un niño de 10 años era bastante inteligente.

"¡FUEGO!" -susurraron detrás de mi pequeña nuca.

Lancé el cerillo que tenía en la mano hacia el suelo, y vi como en cuestión de segundos, el edificio se coloreó de un naranja con amarillo precioso. Escuchaba gritos por doquier, pero el color era mucho más grande que los chillidos.

Una lágrima salió de mis ojos. Pero no era una lágrima de dolor; era una lágrima de orgullo... Estaba orgulloso de lo que había hecho. Lo que había creado.

Ese incendio era mi creación.







¿Qué les ha parecido hasta ahora?

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Hasta el proximo fin;

Sayounara. ♡

Menos mal que existes (y no tengo que imaginarte).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora