Convaleciente.

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Junio, 1984

Abrió sus ojos sin estar plenamente consciente del lugar en donde se encontraba. Un dolor de cabeza le impedía recordar con claridad lo que le había sucedido. Entonces notó que un tubo de plástico estaba conectado a su nariz para que respirara más fácilmente y que traía puesta una bata azul. Fue cuando cayó en que estaba en la habitación de un hospital. Detestaba ese olor a enfermedad mezclado con alcohol y limpieza exagerada. Intentó ponerse en pie pero vio con horror que no tenía sus piernas completas. Le habían amputado de la mitad de sus muslos para abajo. Quería gritar, pero lo único que hizo fue llevarse su mano izquierda a la boca para evitarlo, mientras se le salían algunas lágrimas. Entonces recordó el accidente. Había salido de dar clases de literatura en la universidad e iba en su automóvil para su casa. Iba sobre una avenida rápida, cuando una pequeña niña, montada en una bicicleta con llantitas a los costados, se le atravesó de lado derecho. Ella alcanzó a reaccionar a tiempo y giró el auto hacia la izquierda, logrando esquivar a la niña. A pesar de eso, se había estrellado contra otro auto que venía en sentido contrario.
-Veo que ya ha despertado señora Judith -le dijo una enfermera que había entrado a la habitación. A pesar de que Judith era joven, pues aún no llegaba a los treinta, la enfermera se había referido a ella como "señora" porque era casada.
-¿Cuanto tiempo llevo aquí? -preguntó con temor. Todo aquello le parecía una pesadilla de la cual pronto iba a despertar.
-Amm alrededor de tres meses -respondió la enfermera con indiferencia, mientras revisaba el historial clínico de la paciente y sus signos vitales.
-¡Oh por dios! -susurró Judith.
-Descuide, pronto la daremos de alta -le tranquilizó la enfermera-. Bien, todo está en orden. Pronto llegará su médico para darla de alta.
-Espere un momento. Yo... deseo saber lo que me paso.
-¿No lo recuerda? ¿tiene problemas de memoria?
-No, no es a lo que me refiero. Yo... recuerdo el accidente, pero quisiera saber... lo que le pasó a mis piernas, por favor -apenas terminó su oración y sus mejillas se volvieron a humedecer con sus lágrimas.
-Lo lamento mucho. Después del accidente, estuvo inconsciente tres meses. Sus piernas estaban destrozadas por el accidente y, de no haberla operado, habría muerto.
Con una fortaleza envidiable, Judith contuvo su llanto y se limitó a asentir con la cabeza. La enfermera bajó la mirada y dio media vuelta para salir de la habitación. Unas horas más tarde llegó a visitarla su esposo, Gary. Cruzaron sus miradas sin saber qué decir ninguno de los dos.
-El doctor me dijo que pronto estarás de vuelta en casa -le comentó Gary.
-¿Fuiste tu?
-¿Disculpa?
-El que autorizó que me operaran las piernas. ¿Fuiste tu?
-No quería que murieras. No quería perderte.
-Entiendo.
Judith tenía un huracán de sentimientos en su pecho. Hubiera deseado haber estado consciente para que ella hubiese tomado la decisión. Aunque reconoció que si tuviera todavía sus piernas, y si le dieran la oportunidad de escoger entre ellas o su vida, no sabría lo que respondería.
-Hay algo más que necesitas saber -le advirtió Gary.
-¿Que sucede? -preguntó Judith, mientras pensaba que su vida no podía empeorar.
-Durante el accidente, un joven murió y...
-No. ¡Fue un accidente! -exclamó Judith con aflicción y molestia. Sabía lo que iba a venir.
-Los padres del chico te demandaron por homicidio involuntario. Lo lamento.
Judith permaneció en silencio un momento. No podía pensar con claridad. Le parecía que todo estaba sucediendo demasiado rápido, como si el tiempo tuviera conciencia propia.
Gary era un hombre que siempre mantenía la compostura. Evitaba los conflictos y muchos dirían que su temperamento era más bien cobarde. No arriesgaba nada. Nunca apostó nada, nunca jugó en la lotería nacional y las inversiones que hacía no tenían ningún riesgo, pues estaban respaldadas por el gobierno. No le gustaban las emociones fuertes. Le aterraba los juegos mecánicos, las alturas y el mar. A Judith no le importaba demasiado esto a pesar de su temperamento diferente. Ella lo amaba y disfrutaba de su compañía que muchos considerarían como aburrida. Aunque también era cierto que Gary tenía cualidades que le hacían atractivo. Nunca le había alzado la voz ni le había herido fisica, verbal o emocionalmente. Era un hombre fiel y comprometido.
Llevaban cuatro años de matrimonio y no tenían hijos porque ella era estéril. Antes de que se hubieron casado, ella le advirtió con temor que no podía darle hijos. Pensaba que era algo importante que él necesitaba saber para conocer si su plan de vida era similar y podían seguir juntos. No fue algo que dijo de inmediato, pues tampoco le parecía prudente decir en la primer cita algo así. Pensaba que podría parecer desesperada por casarse y asustar a los chicos en la primer cita. Se lo había dicho cuando cumplieron un año de noviazgo.
-Bueno, hay muchos niños en el mundo que quieren una familia y nosotros se la podemos dar -fue la respuesta de Gary.
Judith se conmovió con la compasión y el amor con que Gary le había respondido. Sin embargo, todavía no habían adoptado a ningún niño porque querían esperar un poco más.
Cuando la dieron de alta, regresó a casa pero ahora le parecía todo diferente. Gary había subido los muebles de la sala a una de las recamaras de arriba y había bajado la cama y algunos muebles a donde antes estaba la sala para que Judith pudiera estar en la planta baja más cómoda, sin preocuparse por subir o bajar escaleras.
-¿Cuando hiciste esto? -preguntó Judith con asombro.
-Desde que el médico habló conmigo sobre la condición de tus piernas.
-Me gusta. Quedó muy bien -sonrió por primera vez desde que había despertado en el hospital-.  Te lo agradezco.
Gary le comentó que la universidad donde ella daba clases la quería de vuelta en Agosto, al inicio del curso. Judith se alegró porque tenía unos días libres, antes de volver al trabajo. Pero no se relajó ni descansó en aquellos días porque tuvo que estar al pendiente de su demanda. Cuando habló con su abogado, este se mostró optimista. Le arregló una cita con Rebeca Stone, madre de la niña del accidente, y le comentó que el haber salvado a esa pequeña niña era un gran punto a favor. Además, no iba conduciendo su auto bajo el efecto de ninguna sustancia tóxica.
-Es cierto, pero no tenemos pruebas de eso.
-Sí tenemos -le respondió su abogado, mientras sacaba de su portafolio un estudio del hospital donde había estado internada después del accidente y en donde se veía que no estaba bajo el efecto de ninguna sustancia tóxica al momento del mismo.
-Pero... -Judith no lo podía creer.
-Cuando Gary se enteró que había fallecido un joven, le ordenó al hospital que te practicaran este estudio.
Judith volvió a admirar la rapidez con que Gary había reaccionado. Esa manía de prevenir todo lo que pudiera afectarles que a veces le molestaba, podría salvarla de ir a prisión.

El Amor A Través Del Tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora