Capítulo 1.- Atrapado

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La tierra temblaba. Aquel lejano volcán, al que muchos llamaban "Tierra sagrada" pues se considera virtualmente inaccesible para humanos, lynians y wyverianos, despedía extraños destellos azulados, violetas y rojizos. Los habitantes de los poblados cercanos huían ante la amenaza de una inminente erupción, entre ellos una anciana maltrecha que llevaba a rastras a un desnutrido niño de no más de 8 años.

-Por los dioses ¿Qué ha sucedido? Espero que se encuentren bien – Susurraba la anciana, sin imaginar el verdadero desastre que comenzaba a acontecer en aquella cima.

En el cráter del volcán, la verdadera "Tierra sagrada", un enorme dragón negro lanzaba distintos tipos de ataques contra un solitario cazador. El infortunado sencillamente le esquivaba, huyendo despavoridamente en busca de refugio, pero, más allá del pequeño islote de roca donde se encontraba, solo podía vislumbrar magma. Su armadura, hecha con las escamas de un rathalos anciano, poderosos dragones rojos que respiran fuego y habitan volcanes, no era suficiente para protegerle del inmenso calor que despedía la superficie humeante sobre la que se encontraba. Su piel se laceraba cada que se lanzaba al suelo, en un intento desesperado por esquivar cada uno de los ataques que el dragón le lanzaba; el mero contacto con la superficie rocosa hacía que la armadura alcanzara temperaturas infernales.

El dragón, enfurecido, alzó vuelo hasta posarse sobre la cima del cráter y lanzó un extraño aliento, similar a una inmensa ventisca, hacia el cielo estrellado. El cazador conocía muy bien aquel ataque, pues fue el que había acabado con todos sus compañeros en un solo instante, quienes yacían inmóviles a pocos pasos de él. Comenzó a escrutar el cielo de forma casi obsesiva, intentando predecir la dirección de la tormenta que estaba a punto de desatarse.

Decenas de enormes carámbanos comenzaron a caer desde el cielo, estrellándose contra la superficie de roca, rompiéndose en mil pedazos y evaporándose a causa de la infernal temperatura. Un enorme trozo de hielo, proveniente de uno de los carámbanos, golpeó la espalda del cazador, derribándole. El dragón se lanzó sobre el cazador desde la cima del cráter, alcanzándole a una velocidad irreal. El cazador logró esquivar, más por suerte que por habilidad, el mortal golpe rodando medio cuerpo al vislumbrar los destellos violetas de las escamas del dragón aproximándose a él, pero el poderoso impacto, que básicamente destrozó la superficie de roca bajo él, le hizo volar por los aires.

Cayó al suelo, rodando mientras su cuerpo se contorsionaba de formas impensables a causa de la violencia de sus movimientos. El cazador logró controlar después de media docena de giros su cuerpo y se acuclilló, jadeante. Miles de pensamientos rondaban su cabeza mientras se incorporaba tambaleante, para volver a huir por su vida.

Debo encontrar una salida Pensaba Debe haber una salida, no moriré aquí, debo avisar al gremio, debo

El dragón se había elevado brevemente para lanzarse nuevamente a aquella velocidad irreal; esta vez no hubo tiempo de esquivar. El cazador tomó una gran espada, de un color azulado y con rojizos punzós a los costados, perteneciente a uno de sus compañeros caídos para bloquear el ataque. La fuerza del golpe fue tal que estuvo a punto de arrebatar la espada de las manos del cazador, pero logró aguantar para desviar las garras del dragón y colocarse bajo él; el suelo volvió a desquebrajarse, pero no con la misma potencia que anteriormente. El cazador tomó algo de los múltiples bolsillos de su armadura escarlata y la lanzó al suelo.

Una gran cantidad de humo inundó el ambiente, nublando la visión del dragón quien comenzó a dar encolerizados zarpazos y coletazos a su alrededor. Después de algunos instantes el dragón se impulsó rápidamente hacia atrás con sus alas, disipando completamente el humo, pero el cazador había desaparecido, solo se encontraba la espada; un colérico rugido hizo temblar nuevamente la tierra, alterando el magma alrededor y diversos chorros de vapor a presión surgieron de diversas aberturas en el suelo. El dragón comenzó a lanzar bolas de fuego en rededor; alzó vuelo, recorriendo frenéticamente la pequeña sección de tierra, creando ráfagas de viento tan poderosas que hacían volar los escombros de tamaño considerable; golpeaba la tierra con una especie de rayos que surgían de sus garras; lanzaba un aliento congelante en su alrededor. El resto de los pilares de roca que aún se mantenían en pie en el islote sucumbían uno a uno.

Debajo de un montón de grandes escombros, que habían formado una improvisada cuevecilla lo suficientemente grande para que un hombre se mantuviera cómodamente a cuclillas, se encontraba el cazador. El calor bajo sus pies y sus muslos le laceraba drásticamente. Él joven tomó de uno de sus bolsillos una botella con un extraño liquido blanquecino, que derramó sobre su rostro, abriendo la visera de su armadura. El líquido comenzó a alcanzar cada parte de su cuerpo, manteniendo en su piel una sensación similar a una constante brisa refrescante o el refrescante tacto del agua al sumergirse en un cristalino lago. Después de dar a su cuerpo aquel refrescante alivió al infernal calor, tomó otra botella, esta vez con un líquido verdoso en su interior y la vertió de forma similar a la anterior. Esta vez sus heridas fueron las que tuvieron alivio, algunas inclusive fueron cubiertas por una espesa baba que inmediatamente se endureció, creando una especie de costra flexible.

"Por los dioses, no puedo morir aquí pensaba Debe haber una salida, sencillamente debe de haberla, debo de avisar a los habitantes, debo encontrar ayuda; se lo debo..."

La última esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora