Prólogo

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Misao arrancó sus kunai del tronco del árbol que había estado usando como blanco, su técnica había mejorado mucho en los últimos meses. Siempre había tenido buena puntería, pero ahora gestionaba mejor su fuerza lo que hacía que sus ataques se tradujeran en gravísimas heridas. Habría deseado que Aoshi la entrenase como había prometido hacer, pero siempre acababa dándole largas, así que había acabado renunciando y se había dedicado a observarle entrenar. No era lo ideal, pero gracias a aquello había mejorado bastante.

Y, aunque había mejorado y se sentía muy orgullosa de ello, también se sentía afortunada de haber tenido que participar en pocas batallas reales. Ahora que la tenían en cuenta y la respetaban como Okashira se daba cuenta de que ella no estaba hecha para la parte más sádica y violenta de lo que significaba ser ninja. Era consciente de que siempre había sido una chiquilla repartiendo golpes a diestro y siniestro, con energía y determinación, pero eso de herir de gravedad o tener que matar a alguien era algo que la superaba.

Miró el cielo teñido de rojo del sol poniente y suspiró. Se le había ido el día de fiesta entre lanzamientos de kunai y prácticas de kenpô. ¿Qué mierda estaba pasando con ella? Hasta no hacía tanto sus días de fiesta se iban entre risas, travesuras por la ciudad y actividades idiotas con sus amigos, ¿cuándo había empezado a cambiar de aquella manera? Tal vez Okina tenía razón y se estaba haciendo mayor.

Puso morros y fulminó el suelo con la mirada, ¡y una mierda! Ella no pensaba convertirse en una adulta aburrida que consagra su vida a beber té y criticar a las vecinas mientras se dedica a tener hijos como si de una coneja se tratase. Además, para tener hijos antes tendría que haber un hombre interesado en ella, pero evidentemente no pensaba casarse con el primero que se lo propusiera, no quería acabar con un viejo verde decrépito y siendo una desgraciada para el resto de su vida.

No, claro que no.

Pero lo cierto era que los únicos que le prestaban atención en ese sentido eran los viejos verdes que se paseaban por Kyôto y que llenaban el Aoi-ya cada vez que ella atendía las mesas. ¡Ah! Estaba condenada a no conocer el amor correspondido. Se había mentalizado, o algo así. Aoshi no se interesaba en ella como mujer, vale, pues qué podía hacerle.

Frunció el ceño y la imagen de un viejo verde estirado en su cama guiñándole un ojo le invadió la mente, un escalofrío la recorrió de pies a cabeza.

—¡Por más cosas sexys que hagas no conseguirás nada! —le gritó a aquella imagen grotesca que intentaba seducirla dentro de su propia cabeza.

—¿Con quién estás hablando?

¡Oh, mierda! Aquella voz, tenía que ser justamente él quien se la encontrase comportándose como una loca.

Se giró dibujando una sonrisa despreocupada.

—Le hablaba a una ardilla, Aoshi-sama.

El ninja enarcó una ceja.

—¿Una ardilla?

—Sí, lleva horas intentando que le dé comida —soltó moviendo las manos con gracia intentando hacer creíbles sus palabras—, la muy testaruda no se quiere rendir.

—Ya —replicó él permitiéndole salirse con la suya y no dar explicaciones coherentes—. ¿Entrenabas?

—Sí, un poco, por si a Saitô se le ocurre mandarme a otra misión suicida.

—No tienes porqué aceptar misiones de Saitô.

Misao se encogió de hombros.

—Tampoco tengo nada mejor que hacer, además me sirve de entrenamiento.

Salvar el Oniwaban-shûDonde viven las historias. Descúbrelo ahora