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Rurouni Kenshin y todos sus personajes pertenecen a Nobuhiro Watsuki y Shueisha.

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El plan de Misao de ver a solas al hombre con el que se había citado fracasó estrepitosamente. Cuando el carromato llegó a la plaza del pueblo les esperaba una gran comitiva con Ugajin Makoto a la cabeza, Misao frunció el ceño, sin embargo, se esforzó en componer una cordial sonrisa para su anfitrión. Aoshi, quien, normalmente, se habría molestado por todo aquel ostentoso despliegue, se sintió aliviado ya que, eso le permitiría quedarse cerca.

—¡Makimachi-sama, Shinomori-san sean bienvenidos! Es un placer tenerlos entre nosotros.

Tanta efusividad pilló a Misao por sorpresa, movió las manos intentando que hablase más bajo, o que se callase. Al menos había tenido la delicadeza de no referirse a ella como Okashira.

—¿Han tenido un viaje agradable?

—Sí, gracias —contestó Misao casi en un susurro intentando que su tono de voz se le contagiase a su anfitrión.

—¡Fantástico! —bramó—. Han arreglado los caminos, antes era un infierno venir hasta aquí en calesa, ¿verdad, Shinomori-san?

Aoshi asintió, recordaba su primer viaje hasta Urawa, el camino estaba en tal mal estado por el ir y venir de carros que había acabado saltando del vehículo y continuado el trayecto a pie pese a las quejas de sus guardaespaldas.

—Por cierto, Shinomori-san, me alegra volver a verle, creía que se había retirado.

—Lo estoy —replicó Aoshi logrando que Misao le mirase con curiosidad—, tenía asuntos que atender cerca y me ofrecí a acompañar a Makimachi-sama.

Sintió un escalofrío, aunque sabía que era por protocolo, aquel distanciamiento resultaba inquietante. Se había acostumbrado a que se refiriese a ella como "Okashira" cuando quería marcar distancia, pero era la primera vez que a su apellido le agregaba el honorífico "sama" y deseaba que fuese la última.

—Bien hecho, una dama nunca debe viajar sola, hay tantos peligros al acecho...

«Idiota» pensó Aoshi, si supiera que Misao llevaba años recorriendo el país sola se tragaría sus palabras, una por una.

—¡Vamos, vamos! —soltó dando palmadas movilizando a todos sus criados que cargaron atropelladamente con su equipaje—. Iremos a casa, tomaremos té y comeremos.

—Ah... —Misao dudó, la situación se le estaba yendo de las manos—. Yo esperaba...

—Sois muy joven, Makimachi-sama, relajáos. Un poco de diversión y después los negocios.

—Tranquila —susurró Aoshi, debería haberle hablado de Makoto y su gusto por la diversión.

Ugajin y Aoshi hablaban de la lucha en el castillo de Edo mientras ella les seguía sintiéndose fuera de lugar. Había leído los informes de Aoshi sobre lo ocurrido, que su abuelo había encuadernado como si fuese un importantísimo diario militar, pero haberlo leído no era lo mismo que haberlo vivido y, por tanto, no tenía modo de participar de aquella conversación. Resistió la tentación de hablar con el servicio que les acompañaba con la cabeza gacha en perfecto silencio; su rol como Okashira, aunque no le impedía hacerlo, la haría quedar como una líder descuidada.

Ugajin soltó una estruendosa carcajada diciéndole a Aoshi que tendría que haber visto la cara del comandante al enterarse de que, él solo, se había cargado a la mitad de los espías que les habían enviado. Misao no sabía quién era aquel comandante, pero entendía su sorpresa al darse cuenta de que el nivel de Aoshi estaba muy por encima de la media. Añadió que Datte también se había sorprendido tanto que creyó que se mearía encima.

Salvar el Oniwaban-shûDonde viven las historias. Descúbrelo ahora