Epílogo

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Rurouni Kenshin y todos sus personajes pertenecen a Nobuhiro Watsuki y Shueisha.

Epílogo

El niño se acomodó entre los brazos de su madre. Aoshi los observó con orgullo.

Si pudiese hablar con el Aoshi que había dejado el Aoi-ya abandonando a Misao para servir a Takeda Kanryû, a aquel hombre aplastado por la presión de un título que nunca había sentido suyo, le diría que llegaría un día en el que en casa tendría todo lo que siempre había necesitado y anhelado; que el tiempo pasa y las heridas se curan por más profundas que sean, aunque quede cicatriz; que perdonarse a sí mismo era el primer paso; que, definitivamente, merecía el aire que respiraba. Aunque se habría escandalizado ante la idea de formar una familia con Misao.

—¿Estás preparada?

Ella asintió con una sonrisa en los labios.

Aoshi caminó a su lado hasta el shoji que permanecía cerrado, Okon arrodillada esperó a que alguno de los dos diese muestras de querer entrar.

—Todo irá bien —le susurró a la joven Okashira.

Misao le sonrió y asintió, lo sabía, no estaba nerviosa, tener a Aoshi a su lado la ayudaba a sentirse tranquila y segura. Okon abrió y ambos ninja entraron, Misao delante, Aoshi justo después.

El breve cuchicheo que se levantó no la hizo dudar, avanzó hasta situarse al frente de sus shinobi a quienes dedicó una solemne reverencia.

Aoshi sostuvo a su hijo entre los brazos mientras Misao tomaba asiento, Itsuka Goro le miró con el ceño fruncido en una mueca de desagrado, aquel gesto quedaba fuera del estricto protocolo del Oniwaban-shû, sin embargo fue al único al que pareció molestarle. Aoshi se sentó a la izquierda de Misao cargando aún al niño.

—Bienvenidos al Aoi-ya —pronunció la Okashira, el pequeño abrió los ojos un instante ante la voz de su madre—, gracias por venir.

»Me complace contar con su presencia en un día tan importante como el de hoy.

Misao había crecido en muchos sentidos, también como Okashira, había aprendido a hablar y captar la atención sin tener que renunciar a sus propias palabras. Había aprendido a hacer malabares entre su rol como Okashira, el de trabajadora del Aoi-ya y, ahora también el de madre, dejando patente que lo que le había dicho a Himura en la guarida de Shishio Makoto era más que cierto. Misao era una buena Okahira, era excelente y la admiraba por ello.

La reunión fue breve, pero intensa, con la presentación en sociedad del heredero oficial del Oniwaban-shû y el pase de información sobre los escuadrones de exterminio. Misao había aprendido a moverse bien en aquel ambiente, así como a delegarle la parte táctica a él. Y a él no le importaba haber quedado relegado a un papel residual que, normalmente, habría ocupado una mujer.

— —

Aoshi había dejado el Aoi-ya nada más recibir el correo de la mañana, a Misao le había sorprendido, pero no dijo nada ni le siguió como habría hecho tiempo atrás. Aoshi seguía siendo un hombre introvertido, sin embargo, tarde o temprano le acababa explicando qué le ocurría y eso la tranquilizaba, sobre todo porque sabía que confiaba en ella de verdad.

Cuando el ninja regresó al Aoi-ya la tarde ya estaba cayendo y Misao se estaba preparando para volver a casa. Lo observó sentarse en el porche bajo los últimos rayos de sol, rehuyendo de las sombras.

—Aoshi, ¿estás bien?

—Ven, siéntate a mi lado.

Se sentó temerosa. ¿Y si se arrepentía? ¿Y si quería marcharse? Aoshi la atrapó en un abrazo protector leyendo el pánico que empezaba a aturdirla.

Salvar el Oniwaban-shûDonde viven las historias. Descúbrelo ahora