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Rurouni Kenshin y todos sus personajes pertenecen a Nobuhiro Watsuki y Shueisha.

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Misao refunfuñó mientras Okon anudaba el obi a su espalda.

—Compórtate como una señorita, Misao.

—Odio los kimonos.

—No seas niña.

La pequeña Okashira se giró poniendo morros y ojitos de corderito.

—Eso no funciona conmigo —replicó Okon apretando el nudo sin piedad hasta casi cortarle la respiración—. Así que déjate de caritas suplicantes.

—No es justo...

—Yo no soy ninguno de los chicos, soy inmune a tu carita de niña buena.

La Comadreja bufó resignada. Estaba muy nerviosa y la incomodidad que le provocaba el kimono no la ayudaba a calmarse.

—¿Estás preocupada por lo que diga el vejestorio?

—Un poco —admitió. Allí nadie soportaba a aquel hombre mezquino—. No entiendo por qué, de repente, quiere hablar conmigo.

—El poder —replicó Okon acabando de adecentarla—. Seas consciente o no, eres poderosa y el poder atrae a los hombres como el fuego a una polilla.

Misao frunció el ceño, poderosa ¿ella? Si lo más emocionante que hacía era cocinar y servir mesas sin prenderle fuego al Aoi-ya. Okon le propinó una colleja.

—Eres la Okashira, idiota, ¿o es que lo has olvidado?

—No, pero...

—Aoshi se enfadaría si te viese dudar tanto.

Se frotó la nuca distraída, no se sentía nada poderosa, aunque Okon tenía razón, el Okashira tenía el poder sobre el resto de los shinobi del clan.

—Dime, Okon ¿crees que soy una buena Okashira?

—Tienes tus propios métodos, no sigues ninguna regla y eres un caos —soltó encarándola—. Pero eres justa, compresiva y capaz. Así que sal ahí y aplasta a ese vejestorio pervertido, ¿de acuerdo?

Misao asintió con una sonrisa, llena de energía de nuevo. Aoshi tendía a suavizar las cosas cuando hablaba con ella, Okon, en cambio, era más directa y clara y eso la hacía sentir reconfortada.

Acompañada de su compañera recorrió la distancia que separaba su habitación de la sala de reuniones del asentamiento de Kyôto. Su amiga se arrodilló y deslizó el shoji permitiendo la entrada de la Okashira. Misao siempre se sentía incómoda con aquello, para ella sus compañeros del Aoi-ya eran iguales, no soportaba que se arrodillasen en su presencia cuando había una reunión.

Ahogando un suspiro, que habría quedado fuera de lugar, caminó, como flotando, hasta el cojín de seda roja que, tiempo atrás, había pertenecido a Aoshi y que ahora le pertenecía a ella. Su tutor la miró con un brillo diferente en los ojos, últimamente siempre la miraba de aquel modo extraño e indescifrable que Misao era incapaz de comprender.

Tomó asiento con elegancia y el hombre frente a ellos le dedicó una educada reverencia.

—Bienvenido a Aoi-ya, Itsuka-san.

—Okashira.

La mirada de aquel hombre se había desviado a Aoshi, la palabra Okashira iba dirigida a él y no a ella. El muy maldito, ya estaba otra vez ninguneándola, si no tuviese que hacer el papelito de persona madura, impasible e inalterable le habría lanzado todos los kunai del Aoi-ya, y puede que los shuriken también.

Salvar el Oniwaban-shûDonde viven las historias. Descúbrelo ahora