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Rurouni Kenshin y todos sus personajes pertenecen a Nobuhiro Watsuki y Shueisha.

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El viaje de vuelta a Kyôto transcurrió en un silencio incómodo, con una Misao centrada en el paisaje que se negaba a mediar palabra alguna. Aoshi se preguntó mil veces si estaría enfadada por haberla hecho volver a su futón cuando era más que evidente que necesitaba apoyo moral y refugio. Había sido un miserable por haber permitido que su orgullo la hiriese. Se había comportado como un niñato egoísta y estúpido.

Okina se limitó a observarles cuando entraron en el Aoi-ya, tan serios y enfurruñados, se preguntó qué había pasado durante aquel viaje para verlos en aquel estado, sobre todo porque el hecho de ver a Aoshi desbordado por un sentimiento era inusual.

Misao esquivó sus obligaciones durante todo el día y Aoshi se quedó encerrado en su cuarto. No hubo té, ni risas, ni parloteo. Okina se ahorró la tortura que supondría preguntarle a Aoshi qué había ocurrido, también la de preguntarle a Misao que era más que probable que se pusiese a balbucear y llorar como una niña. Pero quería saberlo, sobre todo porque el futuro de aquella niña atolondrada estaba en juego. Aún y así no hizo nada, se limitó a mirarlos de lejos y esperar a que la mañana les trajese un estado anímico más agradable.

Apenas había amanecido cuando Misao interceptó a una de las palomas mensajeras del Oniwaban-shû, en su pata llevaba atado un pedazo de papel amarillento que se apresuró a leer. Era una respuesta a su mensaje, la más escueta de todas las que había recibido, una formada por nueve palabras: me reuniré con vos, Okashira, estoy disponible cualquier día.

Suspiró. No se había molestado en firmar su respuesta, aunque al menos había tenido la deferencia de escribirla al dorso del mensaje original para que ella pudiese saber de quién era. Iría a verlo, pero ya tenía claro que no quería casarse con él, alguien incapaz de firmar un mensaje no podría ser jamás un buen marido para ella.

Bajó al patio saltando por encima de la barandilla, sin molestarse en usar las escaleras, las piedrecitas se clavaron en las plantas de sus pies desnudas; el dolor físico aplacó una parte del emocional. Frunció el ceño. Tenía una mezcla de emociones batallando dentro suyo, enredándose entre ellas, presionándola. Necesitaba hablar con alguien, lo sabía, necesitaba desahogarse o acabaría rompiéndose en pedacitos como si fuese de cristal. Haciéndose daño a sí misma no arreglaría nada, pero ¿con quién podría hacerlo? Okon u Omasu serían condescendientes con ella, la tratarían como a la niña que era antes y no como a la mujer que era ahora, Kuro y Shiro no la comprenderían, como tampoco lo haría Okina. Y Aoshi... él estaba más que descartado. Sin embargo, tarde o temprano tendría que sincerarse con alguien, por su propio bien.

º º º

Las esperanzas de Okina murieron nada más ver a Aoshi, sintió la ira burbujeando en su interior mientras Aoshi permanecía sentado revisando cuentas como si nada malo ocurriese. No lo entendía. No comprendía qué demonios pasaba por esa cabezota, ni cómo podía estar ahí tan tranquilo cuando la mujer a la que amaba iba a casarse con otro. Le parecía mentira que estuviese dispuesto a perderlo todo sin molestarse en luchar, como si su amor por Misao fuese un mero capricho pasajero.

No podía dejarlo así. Que Aoshi estuviese dispuesto a bajar los brazos y rendirse no significaba que él también lo estuviese. No. Él no había criado a aquella niña dándole una voz y libertad para que quedase reducida a una existencia miserable con un hombre que no estuviese a su altura.

Farfulló entrando en la cocina para preparar té, uno normal y corriente, nada de tés especiales como los que le preparaba Misao, porque Okina no le quería tanto como para hacer nada especial por él y, aún menos en aquellas circunstancias. Sirvió dos vasos y los cargó hasta el reservado para los miembros del Oniwaban-shû.

Salvar el Oniwaban-shûDonde viven las historias. Descúbrelo ahora