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First Date

« Pasaré por a las doce » Esas palabras, en una simple oración lo hacia sentir una inquietud extenuante, y gracias a ellos sus párpados pesaban levemente. Sí, podía estar con aquella persona especial sin sentir tanto cansancio, pero se sentía con un manojo de nervios llenando por completo su ser.

Desde aquel día en el cual dijo esa simple oración «Pasaré por a las doce» se sentía tan emocionado, tan lleno de gozo que sonreír cada cinco minutos era inevitable, aquella acción aparecía como arte de magia, dejando ver aquel hoyuelo que tanto lo caracterizaba.

Ahora, una vez ya duchado, pensaba con gran detenimiento sus ropajes, quería lucir “perfecto” para aquella persona.

Decidió en ponerse unos pantalones de mezclilla en un tono oscuro; claro sin ser ajustado del todo, se coloco una playera de manga corta de un color rojo carmín que tenía un estampado de alebrije y se colocó una chaqueta del mismo tono oscuro que los pantalones, solo que estos tenían algunas rayas verticales en color blanco, y claro como olvidar aquellas botas negras, talla veintiséis y medio con la singular marca en la suela de sus zapatos, la “R” del apellido Rivera se localizaba ahí. Vaya, que se lucía así mismo en el espejo, mientras cepillaba su cabellera castaña oscura con ayuda de un cepillo y sus manos para colocar mejor y verse mejor, a sus propios ojos.

—¡Miguel, ya llegó tu “amigo”!— gritaron en la planta baja.

Miguel lleno de nervios y emoción, bajo con rapidez a la puerta de su casa. Ahí estaba su mamá Elena, inspeccionando de pies a cabeza a aquel “amigo” de Miguel. En ese momento el joven Rivera sintió su corazón detenerse para seguidamente palpitar con fuerza por el miedo de su abuela, quien atendía a Marco de la Cruz, su “amigo”.

—A-Abuelita…— habló con notorio nerviosismo y miedo. Acercándose a su abuelita y Marco.

Una vez que visualizo a su cita, lo vio de lo más normal, un semblante sereno y tranquilo.

—Oh, hola Miguelito…— habló sin vergüenza Marco, haciendo un vaivén con la mano, acercarse a el susodicho y enrollarlo sobre sus brazos.

Elena; abuela de Miguel, no perdía ningún detalle de aquellos “amigos” que demostraban su cariño.

Miguel sintió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo, pero no solo por la cercanía del joven de la Cruz, no, sino por la mirada penetrante de su abuelita.

Marco se separó de Miguel, claro no se apartó mucho, ya que rodeó con su mano la cintura del joven Rivera y choco su mirada con la mayor, quien lo veía acusatoriamente por las acciones que este mismo hacia.

—Señora Elena, ¿A qué hora desea que su nieto esté en casa?— preguntó con educación y respeto hacia la mayor.

—Que sea antes de la comida— exigió doña Elena

—¿Qué? Pe-Pero…— intentó fallidamente Miguel replicar por la hora acordada.

—Esta bien, antes de esa hora lo traeré a su hogar…— dibujo en sus labios una sonrisa.

—La comida es a las tres de la tarde— informó doña Elena, aun con el ceño fruncido hacia la mirada del joven de la Cruz, quien no retrocedía por aquella mirada de la abuela de Miguel.

—Perfecto. ¿No vamos?— preguntó Marco dirigiendo su mirada hacia Miguel, quien solo asintió.

Ya no podía echarse para atrás, ya todo estaba arreglado por Marco y su abuela.

—Con su permiso señora Elena, nos retiramos. Vamos Miguel— dijo sin quitar su tono educado, tomo con delicadeza y disimulo la mano de Miguel y ambos se fueron hacia afuera de la hogareña casa Rivera.

Una vez llegando a la plaza del mariachi, se encontraba Marco lleno de sudor frío, había caído sobre sus rodillas y sin tanta fuerza, decidió colocar la palma de sus manos sobre el suelo terroso.

—Pensé que iba a morir…— susurro algo audible el joven de la Cruz.

Miguel, quien estaba a su lado, lo reconfortaba acariciando su espalda.

—¿Estas bien, Marco?— habló preocupante Miguel, al ver a su novio en aquel estado.

Marco rió ante la pregunta, la risa suave solo lo pudo distinguir Miguel, dejándolo con intriga en sus actos.

—A veces pienso si tu abuela tiene algún demonio dentro jaja— burló el joven Marco conectando su mirada avellana con la café oscura —Pensé que tu abuela vería mi alma con esa mirada que me lanzaba…— confesó el joven músico a su pareja.

Miguel río bajo, dándole algo de razón a Marco sobre su comentario.

—Sabes que algún día tienes que pedir su bendición, ¿Verdad?— burlo Miguel a su pareja.

Marco solo negó con severidad con la cabeza, se incorporó y se posicionó cerca del rostro del joven Rivera.

—Todo sea por ti, caramelito— pronunció con tono coqueto, mientras abrazaba al joven Rivera ocultando su rostro sobre la curvatura de este mismo y besar suavemente aquella piel que comenzaba a erizarse.

—Ma-Marco, n-no, ha-hay mucha gente aquí— hablo nerviosamente Miguel, sus pómulos se teñían poco a poco del delicioso color carmín que le encantaba a su joven acompañante.

Marco solo sonrió victorioso y con cierto toque de malicia.

—Es mejor comenzar, antes de que acabe el tiempo, ¿No crees?— canturreo el contrario sobre en lóbulo del oído de Miguel.

—S-Sí, va-vamos— continuó con dificultad Miguel.

Marco sólo se separo y le sonrió con ternura, vaya que Marco podía ser todo un ángel, educado, que no podría romper plato alguno, pero Miguel sabía del lado “malévolo” y travieso que se ocultaba en esa fachada angelical.

—Vamos…— dijo Marco, comenzando su caminar por la plaza.

Miguel solo lo siguió, yendo rápidamente y colocarse al lado del joven de la Cruz.

Ambos rozaban sus manos, no podían demostrar su amor tan abiertamente en Santa Cecilia, aunque a veces esa pequeña demostración de afecto, solo podía ocultarse en abrazos profundos, como Marco disfrutaba y más ocultando aquellas expresiones de Miguel que solo deseaba ver él.

Aunque sabía perfectamente que su relación llegaría a un punto en donde el susodicho, Marco, tendría que pedir el permiso de su familia para que seguir su relación con Miguel. Pero ¿Cómo lo haría con doña Elena “matándolo” con la mirada?

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He De AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora