Terrores cotidianos: un diente roto

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Estaba comiendo una nuez y se me partió un diente. Un incisivo, una paleta, una pieza que me tiene que servir para comer o para defenderme. Me quedé quieto cuando se había desatado el caos, paralizado, como toda respuesta primitiva al miedo. Acerqué mi lengua, que inspeccionaba todo a través de un tacto ciego pero localizado, cerca del diente y entre restos de nueces comprobé que había pasado lo peor. Me lo partí, la puta madre. Y son las tres de la madrugada. Mañana, me voy con urgencia al dentista aunque ya sé que voy a dormir menos de siete horas. El primer pozo en donde me hundo. Me quedo maquinando, algo me dice que no voy a poder solucionar el problema tan rápido. Dios mío, un diente. Me miro al espejo y trato de no perder el control. La panza me hace ruidos, son nervios. Respiro hondo, me sumerjo en la cama.
Me despierto, siento que no dormí nada, que fue todo una siesta entre que me partí el diente y volver a estar arriba con este aspecto horrendo. Hoy, si me habla el amor de mi vida cagué, no le voy a poder responder nada porque me da mucha vergüenza mi desastre dentario.

Llamo a mi dentista, no me puede atender de urgencia porque está viajando por el mundo. Mirá que bien, pienso con un poco de insolencia... me acuerdo de la reserva de elefantes que quiero visitar, el viaje a Irlanda que me prometí y mi anhelo por conocer las playas griegas. "Recién para el lunes, voy a estar" me dice. Y falta una semana. Siete días de andar con el diente partido o irme a otro dentista. No sé, es como serle infiel. Decido esperarlo. Mi jefe me dice "No se te nota mucho, es pura maquinola tuya... tranqui." Mis compañeros de trabajo ni se percatan, entonces me doy cuenta que si no lo menciono, pasa desapercibido. Hoy dejo de pensar en eso, me dije apenas me levanté. Hasta que no tenga el diente como tiene que estar, no voy a poder hacerme el conquistador con nadie. No voy a pensar en el amor ni en seducir a nadie. Sale modo incógnito.

Entonces, algo tengo que hacer si no voy a estar al acecho de alguna potencial pareja, pienso mientras ojeo un libro en el bondi. Lo cierro, no lo estoy leyendo una mierda. Estoy pensando en todo lo que tengo que arreglar de mí antes de buscar alguien que se merezca mi amor. Ay, cuánto ego... me susurra la voz interior. Callate, le digo. Merezco todo el amor que me proponga obtener. Merezco lo mejor. Me acaricio el diente roto con la lengua.
Sube gente al bondi y aparece. Como siempre, de punta en blanco. Altísimo, la barba re prolija y recortada, el pelo on point, la piel divina. Qué metrosexual del orto, pienso. Y automáticamente digo "CALLATE, vos usas cremas de árbol de té para la cara y te salen un huevo". Me río, me peleo con mi mente todo el tiempo. Mi mente soy yo, en un fondo negro y con un enterizo rojo, que complemento con unos cuernitos y tridente, sentado en un hombro. Como en los dibujitos.
En otras ocasiones me lo imaginaba como cuando Homero se ve disfrazado de diablo y canta "soy Homero el malo, soy Homero el malo..." acompañado con unas maracas que agita durante toda la canción.

Hace un año que nos tomamos el mismo colectivo y durante veinte minutos compartimos un espacio en común. Un par de veces cruzamos miradas, pero él siempre va hipnotizado y embobado con Whatsapp, Instagram, Twitter, Facebook y con los auriculares –blancos, por supuesto- enchufados a las orejas. Qué bajón, pienso cada vez que lo veo con la cabeza inclinada hacia abajo y toda la espalda formando un angulo deforme que causa dolor después de un tiempo de hacerlo de forma inconsciente, pienso en los dolores de cuello que le deben quedar por estar tanto tiempo mirando boludeces en esos aparatitos. Si tan solo levantara la vista por un minuto y se fijara como lo observo, podría acercarse y preguntarme cualquier cosa. Le respondería con todo gusto y haciendo uso de mis mejores modales y adornando todo con expresiones y palabras lindas, pero nada de eso. Yo con mis libros, él con su celular. Un par de miradas interesantes y nada más. No hay más asientos libre, el único que queda está a mi derecha, elegí sentarme en el fondo. Se da cuenta, me doy cuenta de que se da cuenta. Levanta la vista y me mira. Lo miro y corro mi mochila del asiento automáticamente. Se sienta al lado mío. Y yo, con el diente roto. La puta madre que lo re mil parió, pienso. Hiervo por dentro.

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