Hundido

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Las cosas transcurren como siempre, como si nada salido del closet hubiese sucedido con anterioridad.

– Gracias Ulises–. Le digo mientras dejó a su alcance un borrador que me ha prestado.

– ¡Nombre, gracias a ti!–. Contesta divertido, mientras su bola de compinches se ríen después de la frase. Veo como su mano toma la goma, la echa sin cuidado a su mochila, la cierra y en seguida se da la vuelta para entrelazar sus dedos con los de su novia.

  Como respuesta a su broma, reí un poco, después de pasado el chiste y ya cuando se había retirado del aula.  Camino como siguiendo sus pasos, cuando detrás de mi oigo un grito.

– ¿Vas sólo?

   El sonido asemeja la llamada de atención de mi madre cada que me separaba unos cuantos metros de ella cuando era chico, con una sonrisa muy mal fingida volteó a ver a mis compañeras³ para luego seguir nuevamente mi camino, ignorándolas. Miro mis pies, los tenis que me puse ese día me lucían muy bien y combinaban con mis shorts verde-militar que resaltaban mi camiseta negra. Involuntariamente miré a mi costado, me vi reflejado en el cristal de un salón. Joder. Soy guapo e irresistible, pero al notar mi rostro me observé apagado, necesitaba un poco de acción, que mi mente y corazón se alborotaran y no darle espacio en mi cerebro a pensamientos racionales.

<<Ulises>>

Murmuró mi cabeza tratando de seducirme y, le di la razón, aparentemente empezaba a extrañar a ese muchacho de ropas rosas y amezclilladas, llegué al salón que me tocaba, dejé mi mochila, me volvieron a hablar las chicas del grupito raro, las hice un lado. Corrí sintiéndome ligero y llegué a las canchas, me topé con la novia de Ulises quien se dirigía al salón, luego vi al susodicho jugando frontón.

– Servín, que bueno que llegas...– No lo dejé terminar, ese día mi compañero cargaba con una sudadera rosácea, un chaleco de mezclilla y unos pantalones cortos rosados. Le tomé por el chaleco y le jalé a donde empezó todo, al baño, entramos y cerré la puerta tras de mi. De cualquier manera nadie se enteraría así de lo sucedido y de que la razón por la que la puerta del baño estaba cerrada era porque dos chicos estaban a punto de hacer quien sabe que en el lugaren vez del aseo. Aún no estaba seguro de mis acciones y de querer llegar al final.

¿Qué es el final?

Ni yo lo entendía, pero, mi cuerpo aparentemente comprendía que lo único que deseaba era ronronear entre los masculinos brazos de Ulises y apoderarme de sus labios pálidos, humedecer mi boca con la suya y viceversa, de sentir sus manos sobre mi ser y yo pasear mis falanges por la extensión de su piel.

Deseo, lujuria... Miedo.

   Temía ser rechazado, mal recibido, que apartara de un manotazo mis intenciones y me llamará maricon por querer besarle —aunque el lo hizo primero—. Estaba asustado de lastimarme o de que me hiriese él, de que alguien llegara a abrir la puerta, encontrarnos mientras yo lo amo. Un momento. ¿Lo amo? Ni yo mismo entiendo el poder y significado de esa palabra, que ni los más grandes filósofos, científicos, escritores, ni nadie que haya sido capaz de captar por completo la plenitud de sentimientos que abarca pero, que ahora siento (si es lo que creó que es).
         Me percibo experto en la materia, comienzo a comprender que no es necesario meditarlo para inmiscuirme en este mar de sensaciones y plantó mi boca contra la de Ulises, dándole mi aliento mientras le robo un beso, sujetándole del cuello de la sudadera y cerrando los ojos. El amor puede ser sólo una metáfora que disfraza los deseos más primitivos del ser humano, un océano lleno de emociones carnales confundidas con el romanticismo para en este momento descubrir aquí mismo en los baños del colegio que...

Me he hundido.

Amores en el 433-ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora