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Sueño, sé que estoy soñando. Me encuentro sentada en una silla mirando la pared, todo a mi alrededor está oscuro, no es esa oscuridad natural en un ambiente, es sombría y turbia como solo se ve en las pesadillas o en algún film de terror. Estoy viendo un punto fijo en la pared y el miedo que recorre mi cuerpo no me permite moverme. Escucho gritos lejanos, o no tanto, como si estuvieran en otra habitación, reconozco las voces, reconozco la situación. Escucho el llanto de un nene pequeño y siento pisadas veloces que se acercan. No me muevo, continúo mirando el mismo punto.

-Eris, intenté cerrar los ojos pero todo sigue estando ahí, sigue siendo real.

No lo miro, no soy capaz de hacerlo.
-Aunque cierres los ojos va a seguir pasando, no es así como se solucionan las cosas.

-¿Y cómo se solucionan? Está sangrando Eris, se tiene que solucionar.

-Las cosas se solucionan actuando mi vida, y si no podés solo siempre hay alguien dispuesto a darte una mano- siento las lágrimas en mis ojos, ese nudo doloroso en el pecho que no te deja respirar pero, como en ese entonces, no soy capaz de llorar, llorar nunca solucionó nada.

Camino decidida por los pasillos, no reconozco el lugar pero al parecer mis pies saben dónde ir. Ya no soy esa dulce nena que no supo actuar, hace tiempo deje de serlo.
Pateo la puerta y esta se abre violentamente, no hay sutilezas que mantener, el mundo es cruel y duro, si te detienes por lo correcto el resto te pasa por encima.
Esperaba encontrar a mi mamá en el suelo siendo golpeada por mi padre, esperaba ver dolor, ver miedo. Sin embargo me encuentro cara a cara con la misma niña que soñé hace un tiempo, no fue tanto dos o tres meses.

-Me decepcionas Eris, creí que ibas a despertar, te dije que tenías que despertar.
-Lo hice, ya desperté.
-No de la forma correcta. Viste la adversidad frente a vos y solo corriste, los problemas siguen ahí aunque no los quieras ver, las cosas se solucionan actuando, ¿No? NO SEAS HIPÓCRITA ERIS.
La miro en silencio, con esa mirada que ponen los niños cuando sus padres los retan, esa mirada que pone la gente cuando le cantas todas sus verdades a la cara y no pueden objetar, esta chica va a volverme loca un día de estos, es peor que mi conciencia.

-No tienes conciencia Eris, no te engañes a ti misma, la mataste hace tiempo para poder convivir con vos misma. Yo soy peor que tu conciencia. Pero no quiero volverte loca, quiero que dejes de correr en círculos por una vez en tu vida, te quiero ayudar.

-¿Quién sos?

-vos, yo, tu mamá ¿Quién sabe?¿ No estoy dentro de tu mente acaso? Vaya uno a saber a quién estás inventando.
Me sonríe dulcemente y se lo que quiere, que despierte.
El lugar comienza a llenarse de una luz, de forma tan leve y tan lenta que resulta celestial, el miedo comienza a abandonar mi cuerpo, ya no me siento en una película de terror, sin embargo antes de alcanzar la conciencia veo a mi hermano, aún está cerrando los ojos, el todavía no despierta. Intento detenerme, no puedo dejarlo ahí. Pero no logro quedarme y justo antes de despertar la suave voz de la niña llega a mi mente

-El solo puede despertar  el mundo real, escuchó tus consejos Eris, solo necesita alguien dispuesto a darle una mano.

Despierto lentamente, la habitación de mi prima está iluminada por el suave sol de la mañana, las cortinas están descorridas y suena de fondo un tema de los piojos, aunque en este momento no estoy lo suficientemente despierta como para reconocerlo. Suspiro agobiada y cierro los ojos nuevamente disfrutando del momento.

-Me acuerdo cuando tenía 17 años, vos tenías 16 o quizás 15, no hay mucha diferencia de edad, solo un año y medio. Solías llamarme a media mañana cuando las dos estábamos en el recreo y me decías que tenías miedo, que tenías que volver a tu casa, no querías dejar a tu mamá sola. Me llamabas cada recreo, incluso antes de entrar al colegio. Nunca pude hacer nada para ayudarte, vivimos tan lejos, esa distancia siempre me dolió.
Cuando empezaste a drogarte y tomar, sentí que te perdía, empezaste a tirar tu vida a la basura, me sentía tan impotente, dejaste de llamar diciendo que tenías miedo, empecé a creer que ya no sentías nada, que ya no tenías fuerzas ni para eso. Esa noche, en la que me llamaste desesperada, estabas tan mal, no podías ni hablar, no sé si por lo que consumiste o por el miedo pero me costó entenderte. Me dijiste que tenías miedo de vos misma, de hacia donde corrían tus pensamientos. Me acuerdo que me dijiste que tenías que tomar el control de tu vida, que todo se te iba de las manos, se te escapa la vida entre los dedos.

ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora