Sin importar lo que pasara
Antonio Martínez acompañó a Marisela al centro de la ciudad. Apenas eran los primeros días en Zacatecas. La adolescente tuvo el honor de ser la primera persona de su familia que paseó por las calles coloniales, como si estuviera flotando por encima del concreto.
El chico le explicó lo que vendían en cada una de las tiendas, mientras miraban los aparadores, la condujo a través de algunos pasadizos, la colocó a los pies de la majestuosa catedral y la llevó a través de la Avenida Hidalgo, contemplando las viejas casonas porfirianas. Durante años recordaría aquel paseo; su primer contacto con la historia de la ciudad que la acogería mucho tiempo. El olor tan propio de las construcciones de cantera, su textura rasposa y fina a la vez. El vaivén de la gente transitando por las banquetas, los semáforos cambiando de color y los vehículos apelmazados, peleándose por avanzar.
Luego de comprar una nieve, Antonio la invitó a una reunión en su casa, el próximo sábado. Marisela dudó por un momento, quizás era demasiado pronto para conocer a su familia, pasar a su sala y mirar los retratos dispersos por las paredes o los muebles. Él notó el titubeo, sus ojos pequeños por un momento no supieron qué hacer. La única hija mujer de Enrique y Guadalupe tomó un poco de decisión, miró a lo lejos, como queriendo medir qué tan grande era la capital, hasta donde podían llegar sus ojos sin ser interrumpidos por el horizonte. Así fue como aceptó, sin mayor preámbulo, teniendo consideración por aquel chico que era su único amigo.
Antes de que se concretara la cita, varias compañeras reaccionaron en contra de Marisela Cervantes y la acusaron de que "venía a robarse a los hombres". Una de ellas fue María de la Cruz, una digna exponente de las personas que se dicen moralistas y que abundan en el interior del país. Quién sabe por qué se creía una defensora de la decencia, quizás porque disfrutaba de molestar a los demás. Sentía un desdén por su nueva compañera, le incomodaba que doblara el borde de su falda hacia arriba de las rodillas, se cruzara el suéter en la cintura y usara la blusa sin abotonar en la parte superior.
Se presentó ante ella, acompañada por una comitiva de otras cuatro mujeres. Petulante, con un tono ceremonial visto pocas veces antes, un poco antes de las once, durante la clase de deportes, cuando Marisela se hallaba sentada en la banqueta del taller de electrónica, sin nada que hacer, mientras Antonio jugaba fútbol. Una vez más, se desarrollaba la historia de una rivalidad, de la tradición en contra de la novedad. Se atrevió a discutir con ella, expuso una larga lista de motivos por los cuáles acudió hasta aquel lugar. Y criticó a la jalpense por llamar la atención de los hombres, pues la atracción que todos sentían hacía ella era más que evidente.
–Yo no le veo nada de malo. –Respondió Cervantes. – Ninguna de ustedes me habló cuando llegué, estaban muy ocupadas con sus chismes y su pintura barata de uñas.
–Es mejor pasar el tiempo con tus amigas que traer a todos los niños detrás de ti. –Su lengua estaba afilada como una navaja, al tiempo que sus acompañantes se reían. –Deberías de portarte mejor, hermosa, sin andar enseñando el cuerpo vulgarmente.
Aquello fue un acabose. Marisela se acercó a María de la Cruz, fingiendo cierta ternura y poniéndose de pie. Sin tener compasión le dio la cachetada más fuerte que pudo encontrar en toda su existencia.
– ¡A mí no me digas que hacer! Cuando quiera puedo ponerme algo mejor que este uniforme, pero tú eres una mojigata, una niña fea y eso ningún vestido te lo puede quitar.
– ¡Yo no soy ninguna mojigata! Sólo sé distinguir lo que está bien y lo que está mal y tú estás muy mal, amiga.... –Dejó los labios suspendidos en el aire.
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El ganador se lleva todo
NouvellesCualquiera que se atreva a leer esta historia, en algún momento de la narración se verá en la imperiosa necesidad de elegir un bando. Los enfoques imparciales son útiles cuando se trata de buscar la justicia o emitir un veredicto, pero ese no es el...