Capítulo V. Los significados del silencio

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Las formas del concreto, segunda parte

Marisela Cervantes se hallaba en el peor momento de su vida, en la hora oscura, en medio de la incertidumbre brava que encarna el temor. Un muchacho más alto, que exhalaba cerveza y tequila se hallaba manoseándola, en las tinieblas de un segundo piso, tapándole la boca con una mano y con la otra recorriendo su cuerpo, por encima de las prendas. El corazón de Marisela latía fuertemente, mientras intentaba zafarse, moverse bruscamente y liberarse, sin conseguir su objetivo. El otro la sujetaba, empeñado en sus motivos irracionales.

De pronto apareció Antonio Martínez, que había vuelto de la tienda, buscando a su amiga por todos los rincones de la casa. Cuando se dio cuenta de la situación tuvo que reaccionar de inmediato, como un automóvil acelerando de 0 a 100 km/h. Se abalanzó en contra de su primo sin pensarlo, dándole algunos golpes, en las penumbras, intentando al mismo tiempo recuperar a Marisela. El forcejeo se dio de manera violenta, no había otra manera. La muchacha en peligro consiguió escapar y prendió la luz de la habitación, mientras Antonio continuaba luchando. Su cara estaba color escarlata, el coraje incendiaba sus ojos, mientras el más obtuso de sus parientes era derrotado poco a poco.

Sin saber qué hacer, actuando por mero instinto de conservación, Marisela bajó las escaleras rápidamente. Le dolió mucho dejar a su amigo, pero no estaba en condiciones de quedarse. Inconscientemente confió en que Toño sabría defenderse. Cruzó la sala solitaria y la cochera llena de gente, sin despedirse de nadie. Unas lágrimas enormes llenaban su rostro y no podía mirar más allá del suelo de concreto. Parecía que su historia con Martínez siempre se llamaría "las formas del concreto", pues era propia de la ciudad, de la rigidez existente en ella y de los diversos caminos que llevan las calles retorcidas en los cerros. Se dirigió a la avenida más cercana para tomar un taxi, no le importaron el anochecer ni los cholos reunidos en las esquinas.. Lo único que quería era volver a casa lo más rápido posible.

Últimas consecuencias

El Güero Hernández era dueño de un sentido moral pesado y poderoso. Pasó más de una semana sintiéndose mal por su maestra de biología, acumulando en la mente las impresiones derivadas del día del infarto, entre uno que otro sueño disperso, viviendo la misma escena, nuevamente.

El domingo 18 acudió a misa junto a sus dos hermanas. El padre repitió una frase atribuida a Edmund Burke que decía: "para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada". Alejandro asumió aquellas palabras como si se trataran de un destino divino. Estaba convencido de su propia bondad, pues no robaba, ni molestaba a nadie, a diferencia de sus principales enemigos. Al mismo tiempo creía en la maldad del chico nuevo, el que no tenía ningún reparo a la hora de actuar. Era su obligación moral detenerlo antes de que causara más daño...

Así pasaron los primeros días de aquella semana, con Alex acumulando coraje. Tomó una medalla de oro que descansaba en el cajón de su madre y se la colocó alrededor del cuello, anhelando protección. El miércoles, a la hora del recreo se armó de valor, tomó a sus amigos Diego, César y José. Encontró a Nicolás enfrente del taller de electrónica, en la esquina norponiente de la cancha de básquetbol. Como siempre estaba rodeado de gente, de sus amigos citadinos y algunos eventuales, como Miguel Puerto. Hacía un viento fresco que se deslizaba por los cerros de la capital y agitaba las hojas de los árboles.

No había vuelta hacia atrás, aquel debía de ser el momento del primer enfrentamiento entre el habitante de la ciudad y el oriundo del pueblo, entre el conservador y el liberal, el hijo de una buena familia en contra del fruto de la carne y el engaño, el dueño de un pasado luminoso en contra de uno lleno de sombras que se perdía en mentiras.

El ganador se lleva todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora