La historia detrás del Hueso
La apariencia de Enrique Cervantes Gómez era demacrada como si hubiera visto grandes calamidades en sus ojos pequeños y redondos. Su carácter era melancólico, demasiado responsable para ser humano, incomprendido por cada persona que se cruzaba en su camino, sentimental y perdido en su interior. Su desgracia personal comenzó antes de nacer, desde el momento en que sus padres cayeron en el pecado carnal y significó una boda forzada. De manera inconsciente supo que nunca fue deseado, que por su culpa papá y mamá quedaron prisioneros el uno del otro.
Su personalidad siempre se distinguió por su timidez. Era un niño cargado con el peso de cuidar a sus dos hermanos menores, Marisela y Nicolás, en las buenas y en las malas, en los períodos de enfermedad y de pobreza, porque su padre vivía "en el gabacho". Era un pacifista, un enemigo de la violencia, un infante que creía tener el deber de ser bueno con todos los demás, que amaba a las plantas y a los animales pero se frustraba porque Guadalupe Gómez no lo dejaba tener mascotas.
Dejó su infancia enterrada en Jalpa, debajo de la tierra fértil y caliente del pueblo. La adolescencia significó una serie de enfrentamientos violentos contra sí mismo y los demás. Cuando entró a la secundaria, próximo a cumplir los doce años, prefirió escuchar a los otros en las charlas y pasar como observador frente a las peleas. Logró hacerse de unos cuantos conocidos; Álvaro, Ricardo y Matías, con quienes compartió el desayuno. Una mañana de septiembre se hallaba con ellos, en la sombra de unos mezquites, cuando apareció Jorge Delgadillo, liderando a su propio grupo de muchachos. Era un vaquero que trataba a las personas como si fueran ganado, demasiado rudo para la escuela, acostumbrado a jugar en la hacienda de la familia, agobiando a los empleados.
Sin pensarlo tiró el almuerzo de Matías. Nadie esperó una respuesta, parecía que la impunidad reinante en el país también se extendería a aquella secundaria jalpense. No obstante, Enrique se atrevió esa mañana, pues se levantó y los enfrentó, de una manera valiente. Sus nuevos enemigos quisieron castigarlo antes de perder el control, así que lo tomaron por los brazos y las piernas para evitar que escapara. Los matones se fueron turnando uno a uno para golpearle en la cara, el estómago y darle una que otra patada. Jorge Delgadillo quería saber cuánto podía aguantar su osado opositor antes de soltar el llanto.
Los hombres no debían llorar, hacerlo en público, en un terreno de la escuela, era una de las vergüenzas más grandes que podían experimentarse. El hijo no deseado estaba consciente de ello. El calor húmedo ascendía, un bochorno comenzaba a abrazarlo, mientras su temperatura interna comenzaba a aumentar debido a los tormentos... Resistió lo más que pudo, pero las gotas de sudor comenzaron a bajar de su cara y fue inevitable escupir un poco de saliva, antes de doblarse de dolor.
– ¡Síganle pegando! –Ordenó su verdugo desesperadamente. – ¡Más fuerte!
Enrique se hundió bajo su propio peso en ese momento, sostenido por los brazos de sus enemigos.
–Eres como un hueso. –Le dijo Jorge, justo antes de propinarle una patada final en la ingle. Era delgado y duro, como una pieza ósea.
En ese momento lo dejaron caer en el suelo invadido por la tierra. Ninguno de sus conocidos se movió, ni siquiera Álvaro que fue cómplice del desenlace. Ese día su amistad se murió. Enrique se quedó junto a las hojas secas y los restos de basura, como un desperdicio de comida. Sus encías se llenaron de sangre, de su nariz emergió un moco delgado y de sus ojos cerrados unas lágrimas pesadas.
La maldad lo cubrió como los aguaceros que llegan cada diez años al occidente del país. El mundo perdió la magia colorida que distingue a los primeros días. Fue perseguido cada recreo hasta que no le quedó más refugio que el vestido plomo de la soledad. Deseó nunca haber nacido para no ser ilusionado en un lugar tan carente de amor y compasión. Pasó horas encerrado en el baño, sentado en el piso asqueroso, deseando no salir de allí para evitar las burlas y los golpes que caían sobre el apodo del Hueso...
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El ganador se lleva todo
ContoCualquiera que se atreva a leer esta historia, en algún momento de la narración se verá en la imperiosa necesidad de elegir un bando. Los enfoques imparciales son útiles cuando se trata de buscar la justicia o emitir un veredicto, pero ese no es el...