Comieron en una zona sombreada de la terraza, rodeados de jardines y fragantes naranjales.
Sungmin, pálido y cansado, picoteó pescado con limón y hierbas del jardín. Los perros, tendidos a sus pies, jadeaban por el calor y lo miraban con adoración, negándose a alejarse de él.
Kyuhyun, mientras esperaba a que le hablara, pensó que él no era muy distinto de los perros.
Sabía lo que Sungmin tenía en mente, no hacía falta ser un genio para adivinarlo. Podría haber sacado el tema, pero quería ver si lo hacía por sí mismo.
–¿Dónde has vivido estos dos últimos años? –le preguntó, esperando que charlar sobre un tema neutral aliviara la tensión del ambiente.
–En Londres.
–No has tocado un penique de tu asignación.
–No estaba contigo por el dinero, Kyuhyun.
–Yo te habría mantenido económicamente. Me comprometí a hacerlo cuando nos casamos.
–Estás rodeado de gente a la que solo interesas por lo que puedes dar, ¿y te quejas porque yo no quería eso?
–Yo quería mantenerte –afirmó él. Era cierto, y lo sorprendía porque siempre se había considerado progresista.
–Ah –Sungmin lo miró–. El Proveedor.
El pasado se interponía entre ellos. Kyuhyun sabía que aunque había cubierto sus necesidades materiales, había fallado vergonzosamente la única vez que le había pedido ayuda. De repente, comprendió que existía otra razón para que su insensibilidad le hubiera hecho tanto daño: había reabierto una herida que no había terminado de cicatrizar.
Sabía que su infancia había sido difícil, pero Sungmin le había dado pocos detalles y no había querido presionar. Pero, de repente, quería saber quién o qué había causado la herida original.
El timbre agudo de su teléfono rasgó el silencio. Kyuhyun, programado para contestar, llevaba la mano al bolsillo cuando recordó su promesa. Su mano se detuvo en el aire. El teléfono siguió sonando y Sungmin arqueó una ceja.
–¿Vas a contestar la llamada?
–No –requirió un gran esfuerzo de voluntad no sacar el teléfono, las manos le sudaban y sus dedos anhelaban contestar, pero lo consiguió.
–La próxima vez, contesta –dijo Sungmin, cuando por fin dejó de sonar–. Sabes que quieres hacerlo.
Una parte de él quería hacerlo, pero era una respuesta condicionada por haber antepuesto el trabajo a todo durante muchos años.
Sungmin lo había llamado -El Proveedor- y era una buena descripción. Había asumido ese papel el día que su padre falleció de repente y su madre lo telefoneó. Había regresado de Estados Unidos para encargarse de todo. Esa función ya no era necesaria, pero se había convertido en una forma de vida que nunca había cuestionado antes.
Pero a partir de ese momento, la posibilidad de cerrar un trato, ampliar el negocio u obtener más beneficios ocuparía un segundo lugar ante su necesidad de conseguir que su matrimonio funcionara. Por primera vez en su vida le daba igual quién llamara, no quería oír el buzón de voz, no le importaba que su empresa se hundiera.
El teléfono volvió a sonar, ahuyentando a los pájaros. Los ojos de Sungmin lo observaban.
–Contesta. Así podrás dejar de preguntarte quién es y cuánto dinero estás perdiendo.
–Eso no es lo que me estoy preguntando.
Se preguntaba cómo iba a compensar a Sungmin por lo que le había hecho. Cómo iba a demostrarle que lo amaba. Los remordimientos lo asolaban.
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REGRESANDO A TU CORAZÓN
FantasiUna vez esposo de un Cho, siempre esposo de un Cho... Cho Sungmin no tenía suerte en el amor; su matrimonio había sido un desastre. Y no había bastado con irse sin más. Desde el momento en que habían reclamado su vuelta a la isla, los escalofríos d...