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El sol quema toda zona descubierta del traje, es tan dañino que su piel, eternamente pálida, ha conseguido broncearse, descáscarandose, dejando grietas de la piel acanelada y el rubor. A lo lejos, la arena ondea. Cerca, solo ve edificios destruidos y desierto.
Scott está sentado sobre una camioneta quemada, cubriendo al grupo que está inspeccionando las construcciones polvorientas. Hoy es uno de esos días donde todo se puede resumir en una palabra: muerto. La gente se esconde en sus casas, o bien, ha huido a un lugar mejor. Prefiere pensar que toda la gente buena se ha ido, para así no sentirse culpable si tiene que disparar.
La batalla de hace unos días fue bastante movida, entre las bombas y los ataques sorpresa. Los de ESRA habían sido particularmente tercos esta vez, no permitiéndoles ningún momento de descanso. Pero al final, todo terminó y ellos consiguieron esta ciudad ruinosa, que solo la llenaba un silencio ensordecedor.
Ya se está acostumbrando a este horrendo paisaje. Un ciclo. Un horrendo ciclo de destrucción. Incluso se pregunta que interés hay de conquistar estas ruinas, un pueblo fantasma que incluso sin la guerra, no habría sido más que un espejismo entre la arena.
La cálida brisa del desierto movía unos cuantos mechones de su flequillo. Tras eso, no hay acción.
Muerto, muerto.
De repente, entre los escombros aparece una pequeña sombra. Se escabulle entre los espacios, apareciendo y desapareciendo.
Scott se levanta de golpe, yendo rápidamente detrás del auto para llamar refuerzos. Aprieta el arma, mientras sus ojos van hacia donde se había perdido el grupo y luego vuelven a donde cree, la sombra debe estar.
― Aquí suboficial Kirkland, un sospechoso está a cincuenta metros del punto de inspección, salgan ahora, repito, salgan ahora― Repite una y otra vez, apretando el botón del radio. La sombra se escabulle entre los restos de la ciudad, acercándose. El soldado aprieta el gatillo.
― Suboficial, aquí el oficial Berger, espere órdenes y quédese en su sitio.
Más cerca.
― El sospechoso está a veinticinco metros, si se acerca más, lo desobedeceré, mi señor ― Da un tiro. La sombra se esconde en un techo derrumbado. Scott maldice. Otro tiro. La lata cae, descubriendo al espía.
Un niño con las manos alzadas.
Un harapiento niño que está cubierto de hollín. Grita ayuda en su idioma.
Scott se levanta, olvidando que puede ser una trampa.
La radio suena con la respuesta. Van en camino.
El infante se acerca lentamente, con sus ojos grandes y lo que más aterra Scott, es que tiene en ellos un brillo de esperanza.
Un niño. Un mísero niño.
Rodea el auto lentamente, sin protección. El pequeño de no más de seis años le extiende los brazos, con unas lágrimas miserables surcando su rostro sucio.
Otro paso más de Scott.
Una bala. Dos explosiones. El pequeño niño, hijo de alguien, nieto de otro, cae al piso haciéndose un ovillo para resguardarse. Un gemido cuando le llega una bala en la pierna. Scott siente que se desconecta por unos segundos, hasta que comprende que los proyectiles quieren matarle.
Agarra al niño que llora y lo arrastra, escondiéndose de la lluvia de balas y ocurre otra nueva explosión.
Dispara. Dispara con el muchachito llorando tras su espalda. Los gritos de su equipo se escuchan a lo lejos.
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Sin Salida
Любовные романыScott se siente en un laberinto sin salida, todo desemboca en un punto peligroso y de ojos verdes.