Se arrastraba, mojando sus ropas por las de pozas de lluvia, la que había amainado minutos atrás. Las palmas excoriadas eran particularmente sensibles al roce contra el pavimento, sin embargo, por muy desagradable que resultase, era lo único que podía hacer. Las piernas habían dejado de responderle hace un rato, cayendo como dos trozos de carne sin hueso.
Como una serpiente herida, dejaba una estela de líquido oscuro en el suelo.
Las luces de los faroles daban vueltas, desdoblándose y llegando a ser puntos danzantes e indefinidos.
Mala señal.
Tenía que apurarse.
Era de madrugada, por lo que resultaba improbable encontrar personas en su camino, o por lo menos, con buenas intenciones.
No era de sorprender que le hubieran atacado.
Las cuentas se pagan, no importa cómo se cobre, ni cuánto se demore. Siempre son saldadas.
Y ese día le tocó a él.
El mundo comenzó a dar vueltas, recordándole la vez que subió a una montaña rusa con Arthur.
Respiró profundamente, la herida llegó a doler. Sus labios expulsaban el cálido vapor, enfriando su cuerpo en cada espiración.
Quedaba menos. La puerta blanca con el 4032 estaba a unos pocos metros más allá. O eso cree, porque el cero y el tres se confunden con ochos.
No podía llamar a nadie en la casa, esos bastardos, no contentos con golpearlo, se llevaron su teléfono celular. Y no está seguro de haber cogido las llaves antes de salir.
Mamá lo iba a matar por llegar en este estado, es un hecho. Si tenía suerte, papá se haría el desentendido, que es lo que mejor se le daba.
Los peldaños de la escalera dolían al incrustarse en su pecho y en su abdomen. Puede reconocer, junto a la puerta, el triste macetero que tenía mamá, con unas hierbas que nunca dieron flores.
Al llegar ante la puerta bamboleante, tomó los últimos rastros de energía que guardaba en la sangre y dio un golpe, sin embargo, el puño se fue en banda, empujando su cuerpo al suelo. Confundido y preparado para irse contra las escaleras, cerró los ojos.
¿Qué pasó?
Unas manos pequeñas lo cogieron. O eso cree, no está seguro, porque al final se fue a negro.
-x-
En un momento dado, el dolor fue tan intenso que hizo le hizo recobrar la conciencia.
¿Dónde estaba?
Rodeado de una manta de aroma ajeno, mareado, recibía una gran cantidad de señales que causaban cortocircuito en su dañada cabeza.
¿Dónde?
Vio el cuadro de estrellas que le habían regalado a su hermano hace unos años.
Maldición, estaba en el cuarto de Arthur.
Sacó una mano de la calidez, tocando el sudor que se pegaba a la frente.
Está seguro de que ha ensuciado las sábanas con sangre.
Un crujido.
La puerta.
Los ojos verdes giraron al punto de atención.
Arthur le sonrió, aliviado.
— ¡Despertaste! — Y luego, como quien no quiere la cosa, frunció el ceño — ¡Estúpido, no vuelvas a llegar así!
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Sin Salida
RomanceScott se siente en un laberinto sin salida, todo desemboca en un punto peligroso y de ojos verdes.