¿Cuándo fue?
Su mente hurga en sus recuerdos, buscándolo. Recorre los pasillos laberínticos de su memoria, llegando finalmente a la luz.
Sí, fue esa noche de viernes. Está seguro de que fue ese día.
El día que se enamoró de Arthur.
Pestañea, cerrando y abriendo sus ojos azules.
Sobre él, yace la techumbre añosa y algo resquebrajada de los edificios que cercan el pasillo. La humedad del suelo penetra por su camisa. No tiene energía para levantarse, más por el rechazo de Arthur que del ataque de aquel desconocido.
Sigue pensando en la mano pecosa cercando la cintura de Arthur.
Los ojos verdes, oscuros y maliciosos, están quemados en su retina. En tanto, los de Arthur, claros, no son capaz de girar a verlo una sola vez.
Ah, sus ojos... Brillaban eléctricos, gracias a la luz de los letreros de neón.
Sí, se dice. Ese día fue.
-x-
Esa noche les dijo a sus padres que se quedaría en casa de uno de sus amigos. Su padre le había respondido que sí, considerando que, a sus casi dieciséis años, era aceptable mayor independencia.
La conciencia le había remordido de vez en cuando, diciéndole que sus padres se habrían vuelto locos si supieran donde estaba en realidad. Que Dios lo castigaría, que fue criado por una buena familia, que esto no estaba bien.
Vivir bajo el yugo de una familia conservadora dejó sus marcas en él. Pero esta incomodidad no pudo decirla en voz alta, porque sus amigos se burlarían de aquel pesar que rayaba en lo infantil.
Se dio valor, diciéndose de que, si iba a mentir, que valiera la pena.
Las luces, el alcohol, el humo de los labios de Vincent, la música, las voces riéndose a carcajadas.
Estaba por primera vez en un pub.
Miró su jarra de cerveza, que estaba a tres cuartos. Se notaba que nadie aquí le importaba si eran o no menores de edad, porque ni siquiera habían preguntado por su identificación. Bebió, aunque le resultara demasiado amarga para disfrutarla.
Ese día, por ser el primero, no podía fallar.
Se carcajeó ante el mal chiste de Soren.
— ¡Voy a pedir una nueva ronda! —Sadik se había levantado, miró a todos en la mesa y frunció el ceño ante la jarra a medio beber suya — ¡Termínatela, Alfred! Eres el único que falta.
Temiendo dar una mala impresión, obedeció. Sus amigos no podían creer que fuera un niño. No ese día.
La cerveza era amarga y el gas le molestaba enormemente, pero poseído por la terquedad, la bebió hasta que solo quedaron restos de espuma.
— ¡Eso, sabía que no fallarías! — Le dijo el moreno, palmeándole el hombro.
Alfred nunca desentonaría.
Nunca iba a fallar.
Después de eso, la cabeza le dio vueltas. Era su primera vez bebiendo alcohol y no había cenado, pensando que harían eso antes de venir acá. Decidió no abrir la boca, porque si alguien sospechara, seguro sería el hazmerreír por un tiempo.
Las carcajadas, sin embargo, eran tanto de sobrios como de borrachos.
La puerta del pub se abrió, seguido de un escándalo. Unos chicos, que no parecían mayores a él, entraron riendo y gritando. Estaba seguro de que son de un curso arriba de su escuela, porque los había visto en el pasillo.

ESTÁS LEYENDO
Sin Salida
RomanceScott se siente en un laberinto sin salida, todo desemboca en un punto peligroso y de ojos verdes.