El tiempo, como entidad, podía considerarse malicioso. Pasaba rápido en los momentos que uno habría querido mantener cuanto más fuera posible, dejarlo en un eterno stand-by. En otras, cuando deseas con todo tu corazón que aquello se termine, comienza a andar lento, congelándose, torturándote. No le importa si es algo triste o simplemente incómodo.
El tiempo ama las situaciones complicadas y odia los momentos felices.
Ahora, se estaba regodeando.
Scott estaba frente a él, petrificado como si hubiera visto un fantasma. Por un momento, ridículo, se preguntó si en realidad el Scott que estaba frente a él no era más que un espectro, una alucinación de su propia soledad.
El aroma a perfume y cigarros llegó a su nariz. Su estómago vacío dio un vuelco.
El tiempo volvió a correr.
Mierda.
— Lo siento, no sabía que vendrías. Me... me permití ordenar este chiquero — Miró sus zapatos, dándose cuenta del desastre de cenizas que dejaba el cigarro encendido. Ironía, pensó con vergüenza, y pisó la colilla, deseando que desapareciera— Espero que no te moleste. Si quieres me puedo ir ahora mismo.
Silencio.
Seguramente está cabreado.
Apretó sus puños, dándose valor para mirarlo. Su cabeza se alza y de repente, sin poder procesar que sucede, es atacado.
Una fuerza lo arrastra con tal intensidad, que se aferra a lo más cercano para no caer a la calle.
— ¡Eres un maldito idiota, Arthur! — Escuchó un rugido en oído. Arthur, sin embargo, no pudo responder. Su cabeza solo se concentraba en los brazos fibrosos que lo rodeaban, comprimiéndole como si quisiera romperlo.
Un abrazo.
Scott, su ex hermano, el hombre que desapareció años atrás, lo volvió a encontrar hace tan poco y que volvió a desaparecer hace menos tiempo, lo está abrazando.
Trató de tomar aire, pero acabó ahogándose en su perfume.
Cálido.
Doloroso.
Scott siempre se resumiría en esas dos palabras. No importa cuánto cambiara, que identidad tomara ni los años que pasaran.
Y en el momento de que se creyó capaz de corresponder el abrazo, se alejó tal como vino.
Vio al pelirrojo trastabillar al dar unos pasos atrás, en un movimiento torpe. Anormal.
Entonces notó que una de las piernas estaba enyesada.
La muleta estaba un poco atrás.
— ¿Estás bien? — Se acercó a él, olvidándose que no era bienvenido. Los ojos verdes de Scott, que tantas veces le intimidaron cuando pequeño, pestañearon ante su cercanía. Pudo notar unas pocas cicatrices en su rostro, ya rosadas por el tiempo.
Y la verdad le vino en un segundo porque no era necesario decirla en voz alta.
En las películas siempre mostraban que era más fácil morir que salir vivo.
Una parte de su mente siempre había creído que Scott solo estaba en un viaje muy largo. La muerte, sin embargo, era una acechadora que estuvo siempre a su lado.
Ahora, justo ahora, se dio cuenta de lo cerca que estuvo de no verlo nunca más.
Chocante.
— ¿Esto no te lo dice? —Scott parecía acostumbrado a tentar el fin de la vida.
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Sin Salida
RomanceScott se siente en un laberinto sin salida, todo desemboca en un punto peligroso y de ojos verdes.