Deja el bolso en la acera húmeda, ensuciando la tela más de lo que está. Sus ojos verdes vagan de un edificio a otro, tratando de decidir cuál de ellos era más miserable y roñoso. Está en una zona peligrosa de Londres.
Acomoda su billetera con el poco dinero que guarda, pensando en todas las posibilidades que tiene en este momento. No hay marcha atrás. Ahora está totalmente libre, empujado a los leones.
Limpia su rostro de las gotas de lluvia, tratando de quitarse esa extraña sensación de su interior. Es como si burbujearan un montón de emociones reprimidas. Hay rabia, hay preocupación, hay felicidad, hay tristeza. Lo abruman. Lo hacen temblar.
Al diablo.
Vuelve a acomodar su mochila en el hombro. Camina lentamente por las calles de ese barrio pobre y peligroso, decidido a meterse en cualquier techo antes de que vuelva a llover. Esa es la prioridad.
¿A quién le importa en estos momentos su tristeza por no volverlo a ver?
Scott, a sus dieciocho años, es dueño total de su destino. En sus manos está la total responsabilidad por sí mismo y de sus huesos. No hay tiempo para preocuparse por no haberse despedido de él. No importa si ahora piensa en que Arthur estará llorando.
La vida es cruel.
Arthur sigue llorando.
-x-
― Está mucho mejor de lo que esperaba ― Comenta el médico, haciendo fuerza contra la pierna. Scott alza una ceja.
― Obviamente, estás hablando de mí ― Y esas palabras llenas de suficiencia solo consiguieron que el doctor Beilschmidt diera un suspiro. A Scott Kirkland ni la amputación de todos sus miembros le sacaría esa soberbia tan desagradable.
Esta es la tercera semana tras el incidente.
― En dos días más llega el barco ― Scott quiere quejarse de que ya era hora. En cambio, solo le da una escueta mirada. Ludwig Beilschmidt continúa ― No esperes que la rehabilitación sea rápida. Tendrás que ser paciente antes de...
― Si sé, no es la primera vez que me fracturo un hueso ― Le dice mordaz. El médico junta paciencia.
― Nunca está de más decirlo.
Scott arquea una roja ceja, queriendo debatir. Está de un humor imposible, más del ya complicado que tiene permanentemente. Sus ojeras explican el por qué.
Todos los días sin falta, el niño aparece en sus pesadillas. Sus ojos oscuros se clavan en lo más profundo de su cerebro y le ruegan, le lloran. Solo en la oscuridad de la muerte, abandonado de todo y sin un nombre por el cual rezar.
Sin embargo, hoy fue particularmente distinto. Como si ya no se sintiera lo suficientemente mal, su mente decidió rescatar desde lo más profundo de sus recuerdos algo que prefería mantener guardado. La primera vez que sintió miedo.
Puede vencer la realidad, pero el mundo onírico hace lo que quiera con él, no importa cuánto desee controlar sus sueños.
Arthur llorando cuando lo abandonó y de su mano está el niño sin nombre, quien le grita por no haberlo salvado.
Scott inhala profundamente.
No es capaz de salvarse a sí mismo, menos pudo salvarlos a ellos.
― Por lo menos me ahorré la peor parte por... ¿tres semanas?
― Dos semanas ― Le corrige el capitán. El pelirrojo hace un gesto vago. Ya qué, ya pasó. En estos momentos, entre el olor a sangre y químicos, los gemidos de unos pobres diablos recuperándose de sus heridas y con el calor asfixiándole, cree que lo mejor habría sido morir.
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Sin Salida
Roman d'amourScott se siente en un laberinto sin salida, todo desemboca en un punto peligroso y de ojos verdes.