II | Las noticias que llegaron a Hogwarts

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| CAPÍTULO II |
Las noticias que llegaron a Hogwarts

25 de Diciembre de 2022

Albus abrió la carta casi con ansias. Era Rose.

Rose era la única de su familia que le comprendía completamente. Rose siempre había estado a su lado, incluso después de que él hubiera sido elegido en Slytherin y ella hubiera sido seleccionada para Ravenclaw.

En unas cortas líneas que parecían haber sido escritas con mucha prisa, su prima le ponía al tanto de la situación: su abuela estaba en San Mungo, el hospital para magos.

Al parecer, según le había relatado, la magia de Molly, en un momento inesperado, se había interrumpido.

A partir de ese momento, la mujer no había podido volver a hacer magia.

Albus sintió un escalofrío.

¿Acaso era posible eso? ¿La magia de una bruja podía acabarse?

— ¿Qué pasa? —quiso saber Scorpius, intentando leer la carta por encima de su hombro.

Albus la dobló rápidamente para impedírselo.

— Es mi abuela —y se lo contó todo.

— Vaya —murmuró Scorpius, sin saber bien que decir.

— Vaya —coincidió Albus, con un suspiro.

Ambos intercambiaron una mirada.

— No te preocupes —le aseguró Scorpius, leyendo la preocupación de su amigo en su rostro, tratando de tranquilizarlo—. Se pondrá bien. Es una mujer fuerte.

Albus se lo agradeció.

Él era un muy buen amigo.

Justo cuando le contó que no pensaba pasar de nuevo las navidades con sus primos, Scorpius envió una lechuza para avisarle a su padre, Draco Malfoy, que se quedaría a pasar las fiestas en Hogwarts, para no dejarle solo.

Así que ahora tenían toda la sala común de Slytherin para ellos solos.

— Busquemos algo que hacer —le pidió Scorpius, con un brillo suplicante en sus ojos grises—, me aburro tanto como un Hipogrifo en un desierto.

— ¡Eso no tiene sentido! —exclamó Albus.

— Lo sé, pero te he hecho sonreír —ambos rieron—. No, enserio, me aburro mucho.

— Bueno, a menos que escribamos en el baño de las chicas del segundo piso la cámara de los secretos ha sido abierta, enemigos del heredero temed, no hay muchas cosas que hacer ahora mismo.

— Eso sería genial —comentó el rubio, ladeando la cabeza como si estuviera pensativo—. Pero mejor deberíamos hacerlo en séptimo, cuando no vayamos a volver al colegio y no puedan reñirnos por ello.

— Supongo que tienes razón, Scor.

— ¡Oh, yo siempre tengo razón! Además sería muy obvio la identidad del culpable, ya que prácticamente somos los únicos del colegio, y tú hablas parsel.

— ¡Te dije que no lo volvieras a mencionar! —le reprochó.

— Lo siento, lo siento. Seguiré guardando tu secreto, aunque no hay nadie aquí que pueda enterarse.

El joven de los Potter le fulminó con la mirada y Scorpius alzó las palmas de sus manos, en señal de rendición.

Un segundo después, volvía a reinar un silencio sepulcral en la sala común.

— Es raro —comentó el rubio, ladeando la cabeza, pensativo—. No estoy acostumbrado a estar aquí sin gente gritando y riendo.

— Me recuerda a la biblioteca —le secundó Albus, asintiendo con la cabeza.

— ¡La biblioteca! —repitió su mejor amigo— ¡Eso es, Albus! ¡Vayamos a la biblioteca!

Ambos se levantaron de los sillones en los que estaban sentados, de un salto, y salieron corriendo, alejándose de las mazmorras.

No tenían ninguna razón para correr, pero echaron una carrera hasta la biblioteca.

Cuando llegaron, jadeantes, tuvieron que parar en la puerta unos segundos para recobrar el aliento.

Detrás de un escritorio estaba Amanda Brocklehurst, la bibliotecaria, a la que todos llamaban Mandy.

— Hola, chicos —les saludó con una ancha sonrisa.

Ella, al contrario que Irma Pince, la anterior bibliotecaria a la que Mandy había relevado, tenía una sonrisa para cada alumno o profesor que entrara en la biblioteca.

También solía ayudar a los alumnos a encontrar los libros que necesitaban, cosa por la cual los dos Slytherins le tenían especial aprecio.

— Que raro que estéis aquí —comentó, mordisqueando un lápiz—: deberíais estar pasando las fiestas con vuestras familias. Las navidades no existen para estar con la cabeza metida en un polvoriento libro todo el día.

— Podemos decirle lo mismo entonces, Mandy —comentó Scorpius, con una media sonrisa.

— Aún me quedan varias estanterías repletas de libros para leer... ya sabéis, deberes de bibliotecaria.

Se acercó a la estantería más cercana, cogió un polvoriento volumen y volvió a sentarse para hojearlo.

— ¿No tienes una familia con la que pasar las navidades? —le preguntó Albus.

— Los libros son mi familia ahora —respondió la bibliotecaria sin levantar la vista de su libro.

— ¿Y antes...?

— Scorpius, no accedí al honorable puesto de bibliotecaria para hablar de mi feliz, pero no lo suficientemente feliz para mí, infancia —explicó Mandy, mandándoles una severa mirada por encima de sus gafas.

— Vale, vale —murmuró Albus—. Lo sentimos, no queríamos molestarte, Mandy.

Esta suspiró.

— No pasa nada chicos, lamento haber sido algo desagradable. Sois una buena compañía, enserio. No debería haberos hablado así.

Les ofreció una de sus habituales sonrisas y los dos jóvenes se la devolvieron.

— Quizá encontremos algún libro que hable de algo parecido a lo que le pasó a tu abuela, Al —comentó Scorpius.

— Por intentarlo no perdemos nada —murmuró este, poco convencido.

Pero, aunque pasaron la tarde entera allí y el resto de las vacaciones investigando, era como si nunca antes hubiera ocurrido nada igual en el mundo mágico.

Albus S. Potter y el fin de la magiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora