El Castillo Abandonado

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Cerca de 3 años habían pasado desde la muerte de Kim, el día del funeral fue la última vez que nevó en Burbank, algo que preocupó de manera importante a Meg, ya que no había dejado de nevar desde el 67, año en que por primera vez todos los pobladores habían conocido al joven manos de tijeras.

Faltaban aproximadamente seis meses para que Meg cumpliera 18 años, y nada en su vida había cambiado, el hecho de parecerse demasiado a su abuela no era suficiente para ella, siempre buscaba oportunidades para minimizarse, no le hablaba a nadie, siempre estaba sola, tanto en la escuela como en su casa; al parecer la muerte de Kim la había afectado más de lo que alguien se pudo imaginar.

Ella vivía metida en su mundo de libros, mismos que leía cada tarde al regresar del colegio, encerrada en su habitación color turquesa, las paredes estaban llenas de dibujos de cómo se imaginaba a Edward y a ella bailando, algo que amaba de esa habitación es que a través de su ventana podía observar el viejo castillo. Al mirarlo se preguntaba ¿De qué manera el joven manos de tijeras había perdido la vida? Entristecía inmediatamente; pues su sueño de conocerlo no podría cumplirse.

Un día saliendo de su colegio, las chicas más populares comenzaron a molestarla por su forma de vestir, la mayor parte del tiempo usaba jeans de color negro, tenis vans rojos, camisas de cuadros, sus gastadas sudaderas del color de sus jeans y sus inseparables anteojos. Trataba de mantener su cabello cuidado; para que el parecido con su abuela no se perdiera.

Joanne, líder del grupo de porristas del colegio, menospreciaba a la mayoría de sus compañeros, pero no perdía oportunidad de hacer sentir mal a Meg cada día, en aquella ocasión las porristas comenzaron a jalar a la chica de un lado a otro, hasta que ella soltó los libros que llevaba abrazados, todas se detuvieron cuando Joanne lo indicó, recogió una hoja que había salido de uno de esos libros.

- Pero miren que tenemos aquí, ¿Acaso eres tú bailando con el joven manos de tijeras?

- ¡Deja eso, no te pertenece! – Reclamó Meg

- ¿Eres boba? Esa historia es sólo ficción que crearon nuestros abuelos para hacer popular a Burbank.

- ¡Tú no sabes nada!

- ¿Qué debo saber?, ¡Que eres una niñita aún y que no piensas madurar nunca! Por eso todos en este colegio te despreciamos, eres un cero a la izquierda.

Después de esas palabras, Joanne rompió el dibujo en varios pedazos, los aventó a la cara de Meg y posteriormente ordenó a las demás chicas que la soltaran, dejando a la chica desconsolada, se despidió de ella de manera despectiva.

- Adiós tijeritas.                               

Nadie en el colegio ayudó a Meg contra las porristas, de cierta manera Joanne tenía razón, no consideraban importante a la chica como para defenderla de ese grupito. Meg no tomó el autobús escolar que la llevaría a su hogar, no soportaría más burlas del resto de alumnos que abordaban el mismo transporte, decidió caminar; aunque llegara más tarde de lo normal. A cada paso que ella daba una lágrima comenzaba a recorrer su rostro, no le dolía el hecho de que se burlaran de ella, sino porque al parecer era la única que creía en las historias del que tuvo manos de tijeras.

Tras algunos minutos de camino a su hogar, Meg no saludó a nadie, todos en el pueblo la conocían como la chica taciturna; ella hacía gala de ese sobrenombre. A unas cuantas casas de llegar a la suya se detuvo de manera brusca observando aquel viejo castillo.

-Seguramente ese castillo debe estar muy descuidado, debería ir para arreglarlo un poco, mi abuela y Edward se lo merecen.

Se dijo a sí misma y corrió rápidamente a su hogar, subió a su habitación, aventó su mochila y libros a su cama, tomó un trapo y salió a cumplir su nuevo proyecto.

ScissorhandsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora