Semana a semana fuimos conviviendo cada vez más. Es difícil adaptarse al cambio cuando se pasa muy poco tiempo juntos pero hicimos lo que pudimos. Nos dividimos las tareas y aunque el plan parecía ideal poco a poco se vino abajo. Su ropa interior se encontraba en cada rincón del apartamento y no había forma de que la habitación estuviera acomodada más de tres horas.
La falta de sueño no ayudaba pero ambos poníamos nuestra parte en mejorar. Sus horas entrenando se volvieron cada vez más y el trabajo nocturno terminaba por destruir su buen humor.
Nishinoya llegaba al apartamento al amanecer dispuesto a dormir un par de horas y con todo el estrés que tenía intenté que dejara toda la ropa sucia en un solo lugar. Siempre lo escuchaba llegar. Sus pasos cansados eran imposibles de confundir además de que solo estábamos él y yo en aquel lugar que se estaba convirtiendo en un hogar. El invierno en su auge era solitario para un hombre en el principio de sus veinte años. Abría las sabanas para invitarlo al calorcito y lo abrazaba con fuerza hasta que caía dormido a mi lado.
Ese, por desgracia, era uno de los escasos momentos que realmente estábamos juntos pues había conseguido un trabajo en una cafetería cerca de la estación. Necesitaba dinero si quería vivir con él. Además de que mi padre me había reclamado que si era lo suficientemente adulta como para mudarme también lo era para pagar mis estudios. Tenía razón pero no era sencillo para mí conseguir el billete día a día cuando me faltaba experiencia y los clientes eran irrespetuosos.
Marzo llegó a nuestras vidas para empeorar nuestras rutinas. Aquel paraíso que había sido convivir con Nishinoya Yuu se estaba cayendo a pedazos. Las horas de sueño no alcanzaban y la falta de comunicación nos trajo peleas. Eramos como dos desconocidos, raramente nos cruzábamos la palabra y casi siempre era para reclamarnos algo. Sin embargo siempre lo solucionábamos pues no era más que el enojo del momento.
Quería creer que así era. Sin embargo era como el ruido molesto que no te deja concentrarte, constante y cada vez más insoportable.
Los domingos habían pasado a ser para descansar y prepararse para la batalla que era la semana. Sin embargo en vez de unir nuestras fuerzas, peleábamos por separado. Dejamos de contarnos nuestras preocupaciones para dejar de empeorar nuestra relación y todo parecía mas oscuro.
— Te dije que no lavaras mi pantalón.— Con el ceño fruncido me aclaró lo mal que le había sentado.— Solo me lo había puesto una vez.
— Tenía olor a cigarillo, Yuu.— Me defendí en un intento de no entrar en otra estúpida pelea.— ¿No estarás fumando, verdad?
Su rostro cambio de un momento a otro y finalmente estallé.
—Creí haberte dicho lo mal que te hace.— El silencio se instaló en la sala.
— Akira.— Suspiró corriéndose el cabello del rostro. Mi nombre en sus labios nunca había sonado tan triste.— No quiero hacerlo pero hay veces que lo necesito. La ansiedad me está matando. No sé que hacer.
Todavía a medio vestir con la toalla el cuello, se dejó caer en el sofá. Tenía el rostro tapado con sus manos para que no lo descubriera. Apagué el fuego y dejé el delantal sobre la mesa. Me senté a su lado y lo abracé como lo hacía cada madrugada.
εїз εїзεїзεїзεїз
— Puedes confiar en mi.
La escuché decir a mi lado. Podía sentir un pequeña sonrisa reconfortante en su rostro sin verla. ¿Cómo contarle que me aterraba la idea de que me dejara? Trabajaba para que ella se quedara a mi lado y me abrazara así cada minuto del día. Soportaba comentarios espantosos noche a noche y contaba cada minuto para poder volver a verla y ahí estaba, dándome esa mirada preocupada. Había avanzado tanto en los últimos dos meses que sentía que me dejaba atrás. Estaba consiguiendo el dinero suficiente como para pagar la cuota de la universidad cuando yo lo único que hacía era esconderle prácticamente toda mi nueva vida. No la invitaba a los partidos pues no quería que me viera en el equipo suplente esperando ansiosamente a entrar. No le contaba de mi trabajo porque no quería que se avergonzara de mi. No le contaba del maltrato que recibía porque la paga era muy buena. No quería tomar más horas de entrenamiento. Quería dejar que todo se fuera a la mierda. El trabajo, las nuevas oportunidades que me eran imposibles de tomar pues no tenía nada fijo sobre lo que pararme y aunque en aquel momento ella era la única que persona que se hubiese sacrificado por mí, no lo permitiría.
Mi miedo más grande era romper aquella confianza ciega que ella me daba, esa inocencia que reflejaba comida a comida y el amor que me brindaba con cada abrazo.
No sabía cuanto tiempo había pasado llorando, pero ese había sido el primer día que faltaba a un entrenamiento de la pre-selección japonesa después de dos años.