Capítulo 26

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Nos encontrábamos shockeadas por la situación, incrédulas, intentando entender lo que había pasado. Era la segunda internación de Dulce y estábamos igual de preocupadas que la primera vez.
Nos quisieron volver a prohibir la visita al hospital, pero insistimos, insistimos con todas nuestras fuerzas, nuestra rabia y coraje. Nos dijeron que en una semana nos llevaban. Teníamos miedo de que nuestra amiga no sobrepasara esa semana, pero lo aceptamos, nos mantuvimos con fe.

La misma doctora que nos hizo "La prueba del bikini" (así lo llamábamos nosotras, que de vez en cuando lo recordábamos para poder mantenernos fuertes y unidas), la doctora Sanz, nos dio una cita, nos intentó ayudar a calmarnos (como si pudiéramos).
Anahí y yo no queríamos que nos ayuden, queríamos explicaciones, queríamos saber qué había pasado con la pelirroja si tan solo unas horas antes había hablado conmigo, si según yo ella parecía encontrarse bien.

–A veces –empezó a decir la doctora– uno aparenta estar bien aunque realmente no lo estén para nada. Ustedes, las anoréxicas o bulímicas, lo saben más que nadie, ¿Dulce María estaba todo el día con ustedes, como antes? –Negamos con la cabeza– bueno, es porque quizá intentaba ocultarles que no estaba bien, que le pasaba algo, no las quería preocupar, porque las quiere, porque quiere lo mejor para ustedes, ¿acaso ustedes no hacen lo mismo que ella hizo? ¿No esconden su dolor para no preocupar a nadie? –nos quedamos en silencio, nos miramos. Ella tenía razón, lo hacíamos. La doctora siguió hablando –lo de Dulce María fue un infarto, según me dijeron, ¿sabían ustedes que ella estaba pesando 27 kilos?

Nos miramos atónitas, no teníamos idea. Ella de los 30 kilos con los que ingresó a la clínica (además de sus problemas cardiacos y demás) había aumentado unos 5 o 6 en un tiempo, lo sabíamos porque habíamos preguntado con la condición de no comentárselo a ella. No nos enteramos cuando volvió a bajar esos kilos, no creíamos que podía tener un infarto, esa idea ni siquiera se nos cruzaba por la mente. No. Ella no podía infartarse. No podía morir una de mis mejores amigas (lo era a pesar de la distancia que ella misma había impuesto entre nosotras). Esto no podía estar pasando.

Sentía miedo de perderla, dolor y miedo, miedo de que se vaya y que esto sea mi culpa por no prestarle la atención que hacía falta.
"Mi Dul, no te vayas" era todo lo que podía decir. Era todo lo que quería.

Si Anahí no hubiera existido, si Angelique no hubiera estado acá, todo hubiera sido más caótico, la tormenta hubiera sido incesante. Tenía miedo, pero las tenía a ellas. Me entendían, sufrían también y yo tenía que consolarlas (nos consolábamos las unas a las otras, porque no encontrábamos consuelo por nuestra cuenta).
La clínica nunca se sintió tan silenciosa, nadie decía nada, pero todas sabían la verdad, Dulce estaba delicada, quizás más que la vez anterior. Un infarto no es cualquier cosa, su corazón dejaba de latir por unos segundos, su vida prendía de un hilo. Todo dependía de su voluntad y la de los médicos.

Me golpeaba la duda, ¿Dulce quería seguir viviendo? No lo sabía. Hacía tiempo la comunicación era pequeña y concisa, exceptuando la vez de la merienda con Any, mi prima y sus amigas. Hice un esfuerzo para recordar si ella había mencionado algo al respecto; no lo conseguí. La falta de alimento estaba afectando mi memoria. Maldije una y mil veces estar enferma (sin embargo no comí durante toda la semana sin importarme ningún tipo de regaño o sanción con la que pudieran amenazarme).
Esa semana, apenas crucé palabras con Any (no más de las necesarias para encontrar consuelo en la otra), ella se la pasaba dibujando y yo leyendo cualquier libro que encontraba. Durante toda la semana la doctora Sanz nos actualizaba el estado de Dulce, ella estaba en constante comunicación con su doctor.

–Dulce María está mejorando, poco a poco, no pierdan las esperanzas –dijo el miércoles.
–Su amiga tiene leves mejorías cada día, no deja de estar grave, pero está luchando –nos comentó el viernes.
–Quizá sea delicado decirles esto, pero al parecer Dulce María agravó. Solo les pido que tengan fe, niñas, ¿si? –remató el domingo, un día antes de nuestra visita. Esa noche no dormimos.



Llegó el día, era primero de noviembre y estábamos casi temblando del miedo por el diagnóstico de la doctora Sanz. Una ambulancia nos cargó a la rubia y a mí para llevarnos al hospital donde se encontraba internada en terapia intensiva nuestra amiga. Quise traerme a Angelique con nosotras pero no me lo permitieron porque ella es menor de edad y no podía salir de la clínica sin aviso previo de sus padres (y claro que a su padre le importaba poco y nada que yo la quisiera llevar, no le permitió salir, imbécil).
Al llegar vi un rostro conocido, familiar. Era mi tío (hermano de mi madre, con la diferencia de que él si me apreciaba), nos dijo que él era el doctor que atendía a Dul y nos explicó la situación. La ventaja de que fuera mi tío era que nos explicó todo con muchos, muchísimos detalles (más de los que un doctor debe dar). Nos contó que había tenido otro paro ya internada pero que la pudieron estabilizar. Nos dijo que nos iba a dejar pasar a verla cuando salga su madre (donde Dulce estaba no se podían recibir visitas, pero a ella la dejó porque es su madre y a nosotras porque yo soy su sobrina y la mejor amiga de Dul).

Vimos salir a la madre de Dulce, nos saludó y nos abrazó antes de darnos paso para entrar. La señora era idéntica a su hija y parecía muy amable (igual que ella).

Entramos, primero entro Anahí y yo tras ella. No sé cuánto tiempo habré estado parada en el mismo lugar. Quedé realmente shockeada ante la imagen que se me presentaba. Mi pelirroja, mi pequeña niña estaba acostada en una camilla asquerosa de hospital, tapada con sábanas blancas, con miles de tubos y un respirador conectados a su cuerpo. La vi detenidamente, analice cada detalle y sin embargo mis recuerdos son borrosos al igual que mi vista en ese momento. Las lágrimas en mis ojos amenazaban con comenzar a recorrer mi probablemente pálido rostro.

Cuando salí de mi shock inicial me di cuenta de que Anahí se encontraba del lado izquierdo (mi izquierda, la derecha de Dulce) y quise acercarme a ella para mantenerme al lado de Dulce y apreciarla mejor (¿apreciar qué? Si estaba totalmente pálida y ni siquiera parecía ella)

No pude acercarme lo suficiente porque las máquinas empezaron a hacer un ruido fuera de lo común, el rostro de dulce se tornaba a un rostro similar a cuando está enojada y su respiración se volvía dispareja, anormal para cualquier persona. Ni siquiera sé cómo reaccionamos Any y yo, que hicimos en ese transcurso (de probablemente milisegundos) en el que todo empezaba a descontrolarse y en el que entraban mi primo, otros dos médicos y cuatro enfermeras. Una de ellas nos echó de la sala. Antes de salir le di un último vistazo a mi amiga.

[Im]perfectas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora