Eran las tres y veinte de la tarde cuando el corazón de Dulce dio su último latido.
El último, el definitivo, el punto sin retorno había llegado para una joven de 18 años que tenía toda su vida por delante y sin embargo su anorexia la consumió hasta la muerte.No conozco una sola persona (excepto desalmados como mi tío, el padre de Ange, por ejemplo) que no se conmueva con una historia así, con el fallecimiento de una persona tan joven que tenía un futuro, una vida por delante, quien apenas estaba en la flor de la vida. Quien solo había sufrido.
Sobre todo te conmueve si eres joven, si tienes su misma edad o similar, porque te das cuenta de que hoy es ella, pero mañana puedes ser tú. Suena horrible, lo sé.
Mi tío nos dio la noticia. En la sala estábamos su madre (quien estaba de pie y se sentó colocando sus manos en su rostro y comenzó a decir "no, no, no es cierto, mi hija no"), una pariente de Dulce (Lo sé porque tenía un aire a ella. La joven abrazó a la señora con una expresión de dolor que no puedo ni explicar, ni olvidar), Anahí (quien fue la peor, se alteró, enloqueció y un médico se la llevó, no paraba de gritar "no, Dul, no te vayas, quédate" mientras temblaba y sus lágrimas caían) y yo.
Comencé a llorar, no sé si por Anahí, por Dulce o por ambas, pero me detuve al ver a mi tío ahí parado esperando a que alguien le dijese algo.− ¿Qué fue lo que pasó después de que salimos del cuarto, tío Ramón? –pregunté.
− Verás, mi niña, lo que le pasó a tu amiga fue ni más ni menos que un tercer infarto. Ya no había nada que hacer. Sus 27 kilos y su arritmia no soportaron ese último infarto. Ni siquiera un cuerpo sano lo haría. De verdad lo siento mucho –me dijo y me abrazó. Realmente lo sentía, no por ella sino por mí, porque me quería y no quería verme sufrir, aunque en esa situación era imposible no sufrir.
Recuerdo a su madre echándose la culpa por no haberla cuidado bien, recuerdo a su acompañante diciéndole "ella estará bien, Dios y tu esposo la cuidarán". A día de hoy no puedo ponerme en el lugar de la señora Espinosa (así era su apellido, aunque no logro recordar su nombre), ¿Cómo sobrevivir a la pérdida de tu marido y tu hija?
Bah. Ni siquiera sé si las sobrevivió, no volví a saber de ella.
También recuerdo que Anahí salió con la cara roja, aun llorando, el médico le recetó medicamentos para sus ataques y debía tomarlo los próximos días. Me aconsejó cuidarla (juro que quise hacerlo).Recuerdo que fuimos a la clínica y todo el mundo lloraba. Conocidas de Dul, desconocidas, algunas doctoras (estas más disimuladamente). Me sorprendió de quienes apenas sabían de su existencia, luego comprendí que lloraban no por falsedad, sino porque sabían perfectamente que le tocó a ella, pero podía haberle tocado a cualquiera, a la más enferma o a la que estaba casi recuperada. Todas, absolutamente todas convivíamos con la muerte, cerca de ella. Porque una de las salidas más habituales tanto de la anorexia como de la bulimia o de cualquier otro desorden alimenticio era la muerte.
El miedo las invadió. A mí no.
En ese momento, deseaba morir más que nunca.Angelique nos abrazó en cuanto nos vio entrar y lloró con nosotras, conmovida hasta lo más profundo de su corazón de quince años de edad.
A la hora de la merienda, Anahí y yo dormíamos en la misma cama, con miedo a la soledad, a encontrarnos perdidas, solas.
A la hora de la cena bajamos al comedor porque una imbécil de seguridad nos despertó, pero no comimos ni el sushi que nos sirvieron, ni el arroz, ni el postre. Anahí no levantaba el rostro del suelo ni pronunciaba una sola palabra, yo observaba en silencio alrededor y veía que todas comían, podía sentir el miedo que tenían al ser ellas quienes estuvieran en el lugar de Dulce. Mi Dulce, mi preciosa. Al recordarla solo llore desconsoladamente y Anahí al verme en ese estado hizo lo mismo. La doctora Lennon al vernos así nos dijo que podíamos retirarnos, ni siquiera se molestó en obligarnos (o al menos invitarnos) a comer. Y se lo agradezco, porque no hubiéramos podido.
El día siguiente era el velorio, todas teníamos permitido ir pero no al mismo tiempo, esa vez Angelique pudo ir por mi insistencia y porque prácticamente obligue a su padre a dejarla ir (y él accedió solo para que lo deje en paz). Anahí, mi prima y yo íbamos en el primer viaje por ser las más cercanas, entonces a las 9AM sin ánimos nos levantamos y nos "arreglamos" (Nos vestimos y atamos el cabello, ¿quién quiere maquillarse o producirse en una situación así?), media hora después partimos y en pocos minutos llegamos a la sala velatoria donde solo estaban unos cuantos parientes y amigos, además de las 15 personas que íbamos en la camioneta.
El día estaba soleado pero para mí era un día gris, sin color, sin ganas de seguir viviendo.
Entramos, vimos a lo lejos el cajón abierto, sabíamos que ahí estaba Dulce a pesar de que por la distancia no podíamos verla. Tenía miedo de acercarme, Anahí lo sabía y tomó mi mano. La miré y le sonreí débilmente. A mi otro lado estaba Angelique, mirando hacia el frente, rodeé sus hombros con mi brazo izquierdo y las tres avanzamos. Recuerdo que al verla perdí el control, lloré desconsoladamente, las tres nos abrazamos y ambas rubias lloraron también.
Cuando digo que no parecía ella, es porque no lo parecía. Dudé incluso de que fuera ella (era ridículo dudar, ¡claro que era ella! Y en cambio uno cuando está cegado por el dolor busca todas las excusas posibles para disminuirlo. Pero era imposible. Estábamos frente a la tumba de nuestra amiga, llorando por haberla perdido, porque no pudimos hacer nada, porque pudimos ser nosotras y sin embargo le tocó a ella.Y en parte me recriminaba el no ser yo quien estuviera ahí.
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[Im]perfectas.
Teen FictionChicas bellas, pero atormentadas, se encuentran por primera vez luego de haber caído al abismo, creyendo que ya no habría vuelta atrás, y después de tanto tiempo de estar resignadas a vivir en un infierno, están dispuestas a volar juntas, incluso co...