Capítulo 17

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En la habitación, Dulce se encontró con una larga mesa con bebidas diet y muchas preparaciones light (todo esto considerado a su estado de salud) con un mantel rojo (su color favorito) y varios vasitos y platitos de plástico del mismo color. Sobre nosotros había un cartel que decía "Bienvenida, Dulce guerrera" en una tela blanca con letras rojo pasión. Su cama estaba perfectamente tendida con sus sábanas preferidas, en su mesa de noche se encontraban tres tasas de café con leche recién hecho y un marco fotográfico de nosotras tres, abrazadas, sonriendo en una noche de fiesta en la clínica.
-Dios mío, miles de millones de gracias chavas, ¡me encanta todo esto! -dijo Dul, emocionada, a punto de llorar. Ya no tenía una expresión de felicidad falsa, ahora era real, y el simple hecho de haber provocado eso me hace sentir especial, una buena amiga.- son las mejores -terminó de decir y nos abrazó con infinita hermandad, no tengo una sola duda de que el destino nos trajo aquí a las tres porque debíamos encontrarnos, debíamos estar juntas en esto porque salir adelante solas es algo prácticamente imposible, nosotras debíamos apoyarnos.
-Todo te lo mereces, eres grandiosa -dijo Any mientras se servía tres vasos con refresco, para luego tomar de uno de ellos. -bienvenida a tu casa -Casa... Esta ya era mi casa, nuestra casa, ya me sentía como en mi hogar, en un hogar que hasta hace un tiempo no tenía, mi hogar es con ellas. No, aquí no, allí afuera, cuando sanemos, cuando estemos recuperadas, cuando pueda dejar los tratamientos y las pastillas de hierro, cuando mi mente sea estable.

Pero por el momento, aquí, con ellas dos, con mis hermanas del alma, soy (dentro de lo que cabe) feliz.

Pasamos un buen rato, como hacía tanto tiempo no lo pasábamos. Hace tanto no disfrutabamos plenamente por estar (Anahí y yo) preocupadas todo el tiempo.
En ningún momento de la fiesta de tres personas pensamos en nuestros complejos físicos, eramos nosotras tres, nuestra parte libre y feliz. Nos necesitábamos para ser felices, lo sabíamos.

Una semana después todo había cambiado.
Dulce se esforzaba a duras penas para comer, Anahí a penas tocaba su plato y yo ni me esforzaba en levantar la mano y tomar el tenedor.
Si no quiero, no quiero.
Pero ni ellas ni la doctora lo entendían.
Siempre el tema de discusión era la comida, que por qué no comes, que yo como más que tú, que yo menos, etc.

Lennon al parecer se canso de ver platos llenos y tensión entre nosotras y nos mandó a una psicologa en común a las tres.
Otra doctora más.

Sólo hubo 2 citas con ella. Y fue suficiente.
La primera fue simplemente para hablar con ella, explicarle, conocernos. La segunda fue la fundamental.

Entramos por su puerta, vimos lo que se ve usualmente en todas las oficinas, paredes y muebles tristes y aburridos, y un membrete sobre el escritorio con el apellido del médico, en este caso decía "dra. M. Sanz" y era una doctora joven, rubia y delgada.

-Bien, chicas -dijo una vez que las tres se sentaron en las sillas que se ubicaban frente a la doctora- ahora que nos conocemos, les daré una terapia que las ayudará a ya no discutir, a ayudarse entre ustedes e incluso a ustedes mismas, ¿están dispuestas?
-¿De qué se trata exactamente? -preguntó Anahí.
-No se los puedo revelar, porque perdería el sentido, sólo digan si están dispuestas o no -las tres, dudosas de lo que pasaría, asistieron, después de todo confiaban en la doctora Sanz. -de acuerdo, entonces cada una entre a una de esas tres puertas, la que quieran, y pónganse lo que hay sobre la mesa.

Lo hicimos, entramos cada una a diferentes puertas. Lo que encontré en la mía era una bikini.
Oh no.
Odiaba las bikinis. Una parte de mí decía que confiara en Sanz, otra que no quería que nadie vea mi asquerosa barriga.
Le hice caso a la parte de mí que decía que lo hiciera. Me coloqué la bikini y me vi en el espejo, no vi más que grasa, brazos gordos, piernas gordas...
Una Maite gorda.
Odiaba a esa Maite.

-¿Listas para salir? -gritó la doctora, Anahí, Dulce y yo dijimos al unisono que sí. -¡salgan!
Salimos.
-Mírense -dijo Sanz. Nos miramos. Era increíble, mis amigas no eran más que esqueletos vivientes, Anahí se veia un tanto más sana, pero no demasiado.
Era espantoso.
-¿Qué es lo que ven? -dijo la doctora, sacándome de un trance en el que seguro ellas también estaban.
-Huesos -dijo Dulce.
-Es muy... -vaciló Anahí.
-Triste -completé yo.
-Ahora quiero que las tres vengan y se paren frente a este espejo- dijo refiriéndose a un espejo alto y largo atornillado a una de las paredes, lo hicimos. -ahora díganme, ¿qué cambió en su perspectiva?

Y lo vi perfectamente.
Entendí a lo que se refería.

Ya no veía un reflejo gordo, vi un cuerpo tan desgastado, triste y esquelético como lo había visto en el de mis amigas.
Y por fin caí en cuenta de lo enferma que estaba.

Quise llorar, pero Dulce me ganó, fue la primera en romper en llanto, supuse que ella había visto lo mismo que yo. Anahí también rompió a llorar, acto seguido las abracé y, como no, lloré con ellas.
Nunca supe lo mal que estaba hasta este momento.
Y ellas son las únicas que me pueden ayudar.
Y yo soy la única que las puede ayudar.
Estábamos juntas en esto, juntas como nunca antes, juntas para jamás separarnos.
La doctora rompió el silencio y dijo:
-A esto me refería, se necesitan, no se separen por peleas absurdas porque todas necesitan ayuda, y en esta clínica no las salvarán, chicas, si ustedes no se salvan primero, porque nada se puede lograr sin luchar, no la lucha de los médicos, sino la de sus corazones.

Y así empezó el verdadero camino hacia nuestra posible salvación, nuestra futura felicidad. Eso creímos todas.
Aunque no fuera así del todo.

[Im]perfectas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora